Los políticos de verdad tienden siempre a apurar la máquina, la suya y la de su coche. La carrera diaria de un político de raza es, sobre todo, contra un obstáculo principal: su agenda. La agenda es el único recipiente del mundo que puede contener un volumen mayor que su capacidad. A este fenómeno sin parangón en la física se le conoce con el nombre de agenda sobrecargada . La agenda sobrecargada es el pan nuestro de cada día de los políticos más diligentes y menos perezosos. Esa agenda --llena de más actos de los que caben en una semana, de más actividades de las que son posibles en veinticuatro horas y de más reuniones cada sesenta minutos que cuartos hay en la hora-- es la manera que tienen los políticos ansiosos por servir de emular los atributos que se atribuyen a la naturaleza divina, cuales son la ubicuidad, la omnipresencia, y a veces también la omnisciencia, la capacidad de obrar milagros e incluso la eternidad.

Es frecuente ver a ciertos políticos llegando tarde a un sitio y marchándose antes del final, tras haber saludado a los habitantes de Villagarcía en Villagonzalo. Esto constituye un síntoma explícito del mal de la agenda sobrecargada, que es una manera vulgar de referirnos a esa eterna aspiración del hombre a llegar a dominar el tiempo y de instaurar la inmortalidad si no en las vidas de los demás, por lo menos en la propia. El problema es que siempre ocurre lo contrario: que el tiempo es el que en realidad domina al hombre, tanto porque la vida está hecha exclusivamente de tiempo y el decurso de éste es por completo ajeno a nuestra voluntad, cuanto porque al ser su efímera materia de naturaleza tan fugaz, la obsesión por introducir en la agenda la imposible sobrecarga hace que, al final, seamos sus esclavos en vez de sus amos.

La primera consecuencia de tan nefasta ecuación es la velocidad. El tiempo siempre es el mismo pero, al sobrecargarlo, empezamos a creer que tenemos menos y entonces intentamos inmunizarnos contra su engañosa escasez con la vacuna letal de la velocidad. Esto le ocurre incluso a los hombres más sabios. El otro día pillaron al presidente de la Junta de Extremadura circulando por una carretera a 170 kilómetros por hora. Tuvo el coraje de reconocer la falta desde el principio. Ojalá descargue su agenda y atienda a quienes le deseamos que, sin dejar de servirnos, tenga una vida larga y feliz.