TAtlgunos han descubierto ahora en viejas y raídas postales que Badajoz tuvo hace mucho tiempo playa. Playa, con trampolín, y, en frente, embarcadero y paseos en barca. Que disfrutamos como niños que éramos, obviamente. Nada se sabía del nenúfar mexicano ni del camalote ni de otras especies invasoras --personas, vegetales o animales, ahora tan de moda-- porque las aguas cristalinas del Guadiana --incluyendo Las crispitas, El pico o el rincón de Caya-- nos daban veraneos que ya quisiéramos en estos días. Como Castelar y la boca del lobo o sus bancos más sombreados o el estanque del parque infantil donde más de una vez caímos a propósito o sin darnos cuenta mientras se producían nuestros primeros escarceos amorosos de ingenuos adolescentes. Algún verano subíamos al Fuerte o a la Alcazaba, cuando ambos insólitos e históricos lugares solo le importaban a tres o cuatro, con las calores y las ganas de aventura, ya éramos un poco más mayores y no teníamos tanto miedo a subir por aquellos andurriales que, tras la marcha del mercado de abastos, que sí, que también lo conocimos en la plaza Alta, habían dejado de ser remansos de paz. Eran veraneos de casas abandonadas --en la Plaza de los Alféreces, por ejemplo--, de partidos en la Metalúrgica e hincharnos a agua en cualquier boca de riego, de cabañas en callejones, como el de Fernando Gastón, de descubrir barrios como la Estación o San Roque, a donde íbamos andando, sin miedo al sol ni a cruzar los puentes, de buscar en Simago el aire acondicionado, que eso sí que era una novedad. Veraneos de campamento en Redondela o Chipiona, sin stages ni cursos de inglés, como mucho, de recuperación en la Politécnica de la calle Benegas, de cine en la terraza del López, en la plaza de toros o en el Ideal o en el Santa Marina, de piscinas a tutiplén, aunque menos, porque casi todas eran para socios y algunas para marteses.

A los que nacimos y vivimos en ese Badajoz de ensueño, anticuado y rancio, tal vez, pero, más que nada, hermoso, cálido y amable, echamos de menos aquellos viejos tiempos donde había menos odio y más pasión, menos quejas y más diversión. A veces, la falta de viejos recuerdos impide construir los nuevos.