El camino lo inicié hacia el sur como tantas veces en la infancia. Ahora llegas en unas pocas horas pero antes era una aventura ir a Málaga, la tierra de mi madre. Por enésima vez le conté a mi marido uno de aquellos épicos desplazamientos. De madrugada, al salir mi padre del periódico, nos pusimos en marcha. Matrimonio, cinco hijos y la olla exprés gigante. Cerca de La Albuera, primera avería. Todos abajo. Ya amanecido fuimos remolcados a Badajoz. Un par de horas, y otra vez a la carretera. "Carlos , no tienes por qué adelantar a todos los camiones" decía mi madre, pero Carlos metía la tercera y, con el motor revolucionado, enfilaba la recta tras la curva de salida de Santa Marta, hasta conseguir adelantar el camión a cuyo conductor los niños llevábamos un rato saludando mientras, muy poco a poco, lográbamos rebasarlo. Aparecía a lo lejos Fuente de Cantos; "¿está lloviendo Carlos?", preguntaba mi madre. En el parabrisas habían empezado a aparecer gotas de agua. Otra avería. Por lo visto era un manguito que se había picado. Nuevo descanso y reinicio del viaje. Las curvas de Monesterio, las del Ronquillo y la Media Fanega. Caravana de camiones. Ni tan siquiera mi padre adelantaba con tramos en los que se iba en primera. ¡Por fin!, la Venta del Alto, Sevilla y Baturones, una freiduría en la que comprábamos rodajas de pescadilla, anillas de calamar y alguna otra cosa que te servían en cucuruchos de papel de estraza. Más adelante, comíamos en una alameda y reiniciábamos la marcha. Todos esperábamos emocionados el momento en que mi madre señalaba y decía: "la mujer dormida", la prominencia que preside el llano de Antequera en el arranque de los montes de Málaga. Ya era de noche cuando enfilamos la estrecha carretera trazando las cerradas curvas. De repente, algo notaría mi padre porque paramos. Dejábamos un reguero de aceite. Duró bastante esta última peripecia. Creo que eran las doce de la noche cuando, mi madre y los cinco niños, llegamos a casa de los abuelos en el coche de un emigrante que volvía a su tierra. Mi padre durmió en un pueblo y llegó el día siguiente con la olla exprés.

Ahora, este relato me parece un sueño.