Antonio Guerra tenía 31 años, su mujer estaba embarazada de su cuarto hijo y apenas llevaba cuatro meses destinado como guardia civil en la localidad vizcaína de Algorta cuando perdió la mano derecha en un atentado de la banda terrorista ETA. Fue mientras vigilaba junto a otros compañeros las obras del nuevo acuartelamiento que se estaba construyendo, después de que la Guardia Civil hubiera frustrado un atentado previsto para el día de su inauguración. «Nos ametrallaron y nos lanzaron una granada, que me cayó sobre la mano». Lo recordaba ayer tras leer el manifiesto por el Día Europeo en Recuerdo a las Víctimas del Terrorismo, que un año más se celebró en la rotonda de Sinforiano Madroñero dedicada a su memoria.

Antonio Guerra continuó en la Guardia Civil. «Me fui a la academia y tuve que empezar de cero. Aprendí a conducir con una sola mano, a disparar con la izquierda...». Estuvo once años más en activo, pero su vida no volvió a ser nunca la misma. Nunca ha regresado a Algorta, ni piensa hacerlo, pero asegura que no le mueve el rencor ni la venganza, sino «la justicia y la memoria».

Un trato justo a las víctimas, la puesta en marcha de un protocolo que permita que reciban una atención inmediata e integral tras un atentado y que se ponga coto a la «humillación» que sufren cada vez que ven como se homenajea a etarras en el País Vasco son algunas de las reivindicaciones que ayer hizo la Asociación de Víctimas de Terrorismo en Extremadura.

Su delegada, Inmaculada Sánchez Polo, fue la encargada de depositar, junto al alcalde, Francisco Javier Fragoso, un ramo de flores en la rotonda, tras lo que se guardó un minuto de silencio. Al acto, además de víctimas y familiares, asistieron el presidente del PP en Extremadura, José Antonio Monago, junto a diputados de su grupo, el portavoz municipal socialista, Ricardo Cabezas, concejales del PP y PSOE en el Ayuntamiento de Badajoz y miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.