TEtste complejo y contradictorio mundo sigue siendo compatible con un Viernes Santo lleno de significación especial para mucha gente. O al menos para mí sí que lo tiene. Ha cambiado mucho de cuando de niño estaba rigurosamente prohibido poner el tocadiscos, no se podía ir al cine ni reírse en alto y había que cumplir estrictamente el ayuno y la abstinencia. Era un día de luto profundo felizmente superado, aunque el proceso de muerte y resurrección tenga viva actualidad.

Será porque de pequeño viví en la plazuela de la Soledad, frente a la ermita de la Patrona, o por mi pasión urbana, que siempre he esperado y vivido este día como familiar, emotivo, social y me atrevería a decir festivo. Me encantaba ir a recorrer los Sagrarios con mis padres y mis hermanos, coincidir en el recorrido con familias enteras, mis padres saludaban a todo el mundo, se hacía un repaso del año y se comentaba como iban creciendo los niños. Nunca faltaba ir a algunas iglesias no habituales, comprar los recortes de sagrada forma en las Carmelitas, tras su correspondiente "Ave Maria Purísima", y, cómo no, pasar a saludar a sor Marta en las "Siervas de María", que había cuidado a mi abuela en una larga enfermedad. A las 11 de la noche salía la Soledad, a la que le cantaba Porrinas desde el balcón del Hotel Madrid y a media noche esperábamos a verla recogerse en su ermita, que ante miles de personas alumbrando con velas era interminable el canto de saetas. Desde pequeño mi máxima aspiración era salir en la procesión de dalmática, de nazareno y después de costalero.

Esa emoción del Viernes Santo la tengo impresa en mis sentimientos más profundos e intento revivirlos cada año. Aunque soy consciente de que los tiempos han cambiado, me sigue gustando ir a recorrer los sagrarios en familia, visitar a la Soledad, a sor Marta y comprar los recortes en las Carmelitas, aunque desgraciadamente cada año seamos menos. Cada vez saludamos a menos gente, pues ya, felizmente, no nos conocemos todo el mundo y hacemos el aperitivo saltándonos el ayuno y la abstinencia. Y pronto me tocará dejar de cargar esta noche a la Virgen de la Soledad tras 30 años de costalero con lo que este día también para mí será distinto. El Viernes Santo para los cristianos y para el mundo Occidental, tiene, y seguirá teniendo, una significación esencial que se actualizará, pero para los que lo hemos vivido desde pequeños en familia, tiene además emociones y recuerdos intensísimos, que no quiero perder, y cuánto siento que mis hijos no puedan sentirlos igual. Cuánto lo siento.