Cuántas veces habremos oído decir aquello de que «hasta que no ocurra una desgracia no le van a poner remedio». Es lo que ha sucedido en el parque del Padre Eugenio, más conocido como de La Viña, que ha cobrado protagonismo los últimos días por el trágico accidente que sufrió un niño de 13 años el lunes 4 de junio, que permanece hospitalizado en La Paz de Madrid con graves quemaduras porque se electrocutó al introducirse en un transformador de la compañía Endesa.

Después de esta desgracia, el parque de La Viña, cuyo abandono tantas veces han denunciado los vecinos y la oposición municipal, ha saltado a la palestra y por primera vez se ha sabido, por boca del alcalde, Francisco Javier Fragoso, que por fin el ayuntamiento tiene previsto acometer un arreglo integral de este espacio, de cuya responsabilidad se desprendió hace 12 años, dejándose vencer por los vándalos que habían campado a sus anchas por un lugar ideado para al juego de los niños y el encuentro de los vecinos del entorno. Ha tenido que ocurrir una desgracia para que trascienda que el ayuntamiento está decidido a echar marcha atrás en su decisión de abandonar a su suerte este parque e invertir una buena suma de dinero en recuperarlo, con cargo a la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (Edusi), dotada con más de 18 millones de euros, de los que 15 proceden de fondos europeos.

Cuando ocurrió el triste suceso, este diario preguntó al concejal de Parques y Jardines, Antonio Ávila, si el ayuntamiento iba a tomar alguna medida en este parque. La respuesta de Ávila fue tajante: nada. El motivo es que ya invirtieron 600.000 euros para hacerlo y posteriormente otros 20.000 para poner solución a los actos de vandalismo. Dándose por vencido, el ayuntamiento había decidió hace años que ya no destinaría ni un euro más a este lugar, cuyos jaramagos se han adueñado de los jardines y los juegos infantiles son esculturas infames cubiertas de herrumbre. Todo por culpa de los gamberros. Tiene que dar verdadera rabia comprobar que una inversión tan importante se convierte en nada a los pocos días por culpa de comportamientos asociales. Pero es inadmisible que los cientos y miles de vecinos, adultos y niños, del Gurugú, La Uva y el Progreso, barrios que conecta este parque, tengan que pagar el comportamiento incívico de unos cuantos. Si en San Francisco algún gamberro arranca tres rosales o destroza el riego automático, a los pocos días el hueco estará ocupado por otra planta y la instalación arreglada. Hace poco el ayuntamiento acaba de remozar varios parques, entre ellos el de Santiago Arolo, en San Roque, el de Puerta Pilar y el de Diego de Badajoz. En este último no ha pasado un mes y alguien ha robado un trozo de césped artificial. A nadie se le ocurriría ver como algo normal que ese pedazo de alfombra verde o los rosales que han mangado en Puerta Pilar no fuesen repuestos. Como tampoco se comprende que en La Viña no haya vigilancia, precisamente donde más se necesita, y sí haya guardas en el céntrico paseo de San Francisco para prohibir a los niños que lancen la pelota, o en Castelar, para vigilar que ningún humano puede pisar por donde sí pasan sus mascotas. A nadie se le ocurriría pensar que el parque de la margen derecha no tuviese vigilancia, con los millones que ha costado convertir en zona verde cada orilla. Si el problema de La Viña es que no puede haber guardas las 24 horas, que coloquen cámaras, como se anunciaron en la Alcazaba, si es verdad que estos barrios merecen el mismo trato que el resto de la ciudad.