Visitar el escenario de un robo suele impresionar a quien no está acostumbrado, no tanto como si se tratara del escenario de un crimen pero sí lo suficiente como para sentir un nudo en el estómago. El nudo aprieta más o menos en función del lugar objeto del saqueo, porque no es lo mismo asaltar un banco o unas oficinas, que una iglesia, un museo,... o un colegio.

Encontrar el pasado lunes el estado en el que unos vándalos dejaron el colegio Nuestra Señora de Fátima, en la Uva, sería otro motivo más para reflexionar sobre el respeto a la escuela. Entrar en un colegio siempre es un viaje atrás en el tiempo, el retorno a la más tierna infancia. Por eso, ver los lápices, los botes de pegamento, las pequeñas bolsas de aseo y los libros de los niños, con sus nombres, esparcidos por el suelo, los ordenadores tirados en el patio y escritos ofensivos contra los maestros, hacía sentir que esa inocencia había sido ultrajada.

Desconsolada y entre lágrimas, una de las maestras repetía mientras intentaba devolver la normalidad a su aula: "pensar sólo que esto lo hayan podido hacer antiguos alumnos me pone enferma, ¿de qué ha servido, entonces, nuestro trabajo?".