TCtamilla y película. Esa ha sido mi opción en carnaval. No me apetecía, he preferido el descanso al bullicio, si bien no va a ser siempre así. No le cierro las puertas a esta fiesta. El año que viene. Este he preferido guardar la bata de vivos colores, con la que desde hace tiempo me suelo disfrazar de payasete, y disfrutar de mi intimidad. Luego, temprano, a la cama.

Yo dormida mientras murgas, máscaras y comparsas bailaban y reían en la noche. No lo lamento ya que he vivido el regocijo a través de las experiencias ajenas y he disfrutado con los relatos carnavaleros que me contaron. Especialmente me ha gustado una pequeña historia con la que he sentido el enamoramiento casi adolescente de una mujer que, en un tiempo de vida yerma, encontró unos ojos que la miraban, una sonrisa solo para ella y una mano que la condujo en la madrugada, recordándole que había otra existencia más allá de la dureza de sus presentes días.

¡Bendito carnaval y bendito carnavalero!

Es un retazo de vida, un cuento en la noche festiva; milagro en medio del gentío y la algarabía. Seguro que no fue el único prodigio acontecido en las noches en que deambularon las máscaras. Más cosas, muchas más, debieron suceder; más historias dignas de subrayar, más momentos de esos que quedan impresos en el corazón, como tatuados, y a los que uno acude cuando la vida vuelve a apretar, que así es la vida, dura cuando aprieta pero generosa cuando te restalla muy dentro, con relumbros de cuento, y te hace sentir princesa al volver a casa llevando en la mano los zapatos de cristal.

¡Bendito carnaval que hace revivir, volver a sentir calor y dulzura!

No es así todo, podrán decirme. Desde luego, pero también es así; también ocurren historias como la que me han contado; quimera en medio de la realidad o quizás, por qué no, realidad en medio de un triste cuento que ya está próximo a su fin.

Esto ocurrió mientras yo dormía una de estas noches de carnaval.