Prosigue la emisión de La zona, una serie de Movistar que nos enfrenta con lo peor de nosotros mismos: nosotros mismos. Los hermanos Sánchez Cabezudo demostraron con la serie Crematorio que la corrupción puede anidar en el lugar más insospechado y desatar las peores catástrofes. En esta ocasión, superan el listón con una trama oscura y fría, inquietante y desoladora. La corrupción ahora no es crematística, inmobiliaria, sino moral. La historia se desarrolla tres años después de un accidente nuclear en el norte de España y encontramos los ingredientes necesarios para constatar que, como personas, no tenemos remedio. Canibalismo, mercado negro con productos contaminados, asesinatos, corrupción policial, fractura social, traficantes de un apocalipsis local, de aquí, que no sucede en un lejano paisaje de serie americana, sobre un ambiente cargado, de personajes golpeados por la tragedia y la podredumbre moral, instalados en una supervivencia en la que apenas creen y desplegando silencios aterradores y miradas cómplices con el vacío y el engaño. Lo desolador es pensar que, cada vez con más frecuencia, no necesitamos la excusa de un drama, de un accidente o de un imprevisto para que aflore lo peor de la condición humana. Hanna Arendt pensaba que la condición humana es lo que hacemos con nuestra capacidad de ser libres y lamentaba que en cualquier momento podemos regresar a la barbarie. André Malraux, en su novela La condición humana, deja entrever secuencias de la personalidad que nos igualan con los demás en momentos de conflicto: la soledad frente al destino y el ansia de trascendencia. Ambas circunstancias, descontroladas, pueden llevarnos a un cortocircuito ético y social que, con las fauces chorreando sangre, reflejamos en esa escombrera de vanidades y despojos en que hemos convertido las redes sociales. Pasó con el torero muerto en la plaza, con el niño enfermo de cáncer, con la chica presuntamente violada en Pamplona; ha pasado en Cataluña frente a los que se sienten españoles y ha vuelto a pasar con la muerte del fiscal general del Estado. Lo peor de la condición humana vuelve a refugiarse en la red para demostrar que los imbéciles solo se atreven con los muertos, los débiles o los que no tienen delante.