Lejos en el tiempo y en la realidad quedan las palabras que el viajero inglés O´Shea escribió en 1865 tras visitar Cáceres: "Por su situación apartada y su falta de carreteras, se halla en un rincón ignorado de Extremadura siendo aburrida, sin vida, sucia y lúgubre".

Es verdad que la ciudad feliz sigue sin contar con buenas carreteras y su situación, hasta que lleguen el AVE y las autovías, continúa siendo periférica, pero en lo demás, todo ha cambiado. Cáceres acaba de ser distinguida con un premio nacional por su limpieza y en cuanto a lo de lúgubre, aburrida y sin vida, no hay más que acercarse por aquí entre marzo y junio para conocer el jolgorio y la dicha en toda su pureza.

Como Cáceres, nada

Al llegar la Semana Santa, la ciudad feliz se dispone a vivir los 100 días de la anestesia, el tiempo anual en que la sucesión de fiestas y acontecimientos permite olvidar cualquier quebranto ciudadano, pena o depresión colectiva. Si durante el resto del año los desengaños políticos y las estadísticas crueles pueden empañar la felicidad, en cuanto se asoma la primavera, todo se vuelve del color de las rosas, las dudas se disipan de un plumazo y retorna la autoestima general: Como Cáceres, nada.

La ciudad feliz siempre fue así: su especialidad es espantar calamidades, retrocesos, estancamientos y atonías con fiestas. Ya en 1508, con motivo de los estragos de la peste, se organizaron magnas corridas de toros para olvidar la penuria. Y en 1646, en medio de una situación caótica, el consistorio organizó jolgorios y corridas porque "es justo que en medio de tantas penalidades haya algún alivio, como siempre se ha acostumbrado en esta villa".

Toros, bailes, procesiones, romerías y teatro han constituido desde antiguo la piedra angular de los cien días cacereños de la anestesia. Antes, estos acontecimientos se celebraban a partir del domingo de Resurrección y alrededor de las conmemoraciones religiosas de Nuestra Señora de la Montaña, san Benito, santa Lucía, santa Olalla, san Jorge, las letanía septenarias y menores, la Cruz de Mayo, la Ascensión y el Corpus Christi.

Con el paso del tiempo, la ciudad feliz se ha adaptado a la modernidad laica y ha ido sustituyendo santos y cruces por fiestas del arte, de la música y del teatro, sin descuidar la faceta religiosa de la Pasión, la patrona y el patrón. Es decir, sigue habiendo toros, bailes, romerías, procesiones... Pero ahora se celebran con otros pretextos.

Esta dicha contagiosa, este tomar las calles, este disfrute de la vida, unido a un espacio urbano majestuoso han acabado por acercar sentimentalmente, que no espacialmente, la ciudad feliz al resto de España.

Durante los 100 días de la anestesia, los hoteles de Cáceres se llenan de turistas y los cacereños disfrutan de un subidón de autoestima al constatar cómo se abarrotan los aparcamientos públicos, cómo ya hay siete hoteles de cuatro estrellas, cómo abren nuevos restaurantes: Oquendo en Obispo Segura, Yantar en Camino Llano, el paladar de Felisa y Viki en Sergio Sánchez, un argentino en el R66 y un mejicano a punto en Nuevo Cáceres.

La pasada Semana Santa deja una imagen en la retina que resume la esencia espectacular de la ciudad feliz entre marzo y junio: 7.000 personas en la plaza Mayor esperando la procesión Magna y saliendo de estampida al comenzar el diluvio, pero no con irritación, sino entre risas porque el refrán que mejor define Cáceres es: "Al mal tiempo buena cara".

Si O´Shea, aquel inglés viajero, resucitara, se quedaría estupefacto al ver una Cáceres limpia (salvo las cacas de perro) y exultante que en 100 días se anestesia para cualquier sufrimiento a base del rock de Extremúsica, san Jorge y la bajada de la Virgen en abril; Foro Sur, la Feria del Libro, el Womad y la Feria en mayo y el festival de teatro en junio.