El seis de diciembre se cumplirán 40 años de la aprobación por el pueblo español de la constitución de 1978. Sin duda, un acontecimiento digno de celebrar como se merece. Me viene a la cabeza el asunto porque hay algunos que quieren como que revisemos todo los que pasó por aquellos años, por lo visto, no se hicieron bien las cosas, pero todavía estoy esperando que me digan qué hubieran hecho ellos. Siempre será ya una incógnita sin posibilidad de respuesta a dónde nos habrían llevado sus soluciones, que como he dicho, nadie sabe cuáles habrían sido.

Desde esta orilla (la Iglesia católica) también se cooperó para alcanzar aquellos logros. Cooperación, por otra parte, reconocida por todos los que saben analizar la historia con la libertad de juicio necesaria en estos casos. EL 27 de noviembre de 1975, en la Iglesia de los Jerónimos, con motivo de la acción de gracias por la coronación real, el cardenal Tarancón (el aludido en la frase «Tarancón al paredón») pronunció una homilía que puede ser considerada como una buena expresión del espíritu de la Transición.

Fernando Sebastián en su obra ‘Memorias con esperanza’ (lectura recomendable), desentraña los entresijos de dicha homilía. Nos cuenta que la misma fue preparada por un «consejillo» del que formaban parte: Tarancón, que expreso la idea que tenía, y los que lo escuchaban: Martín Patino, Luis Apostua, Martín Descalzo, Olegario González de Cardedal y el propio Sebastián.

Sebastián (según cuenta él) la redactó, Tarancón la hace suya y Martín Patino la revisa y prepara para la celebración. La homilía es sin duda de Tarancón, pero la misma fue fruto de un trabajo en equipo, riguroso y participativo, de este «consejillo». Quisieron expresar de forma clara la postura de la Iglesia sobre el futuro político de España, y situar a la misma en una sociedad libre, democrática y respetuosa con la libertad religiosa de los españoles.

Una nota curiosa que apunta Sebastián, es que el día 27 de noviembre de 1975, se encontraba en la provincia de Cáceres, en concreto en Torre de don Miguel, en casa de unos amigos, y desde ahí siguió la retransmisión por televisión.

Sirvan estas líneas como homenaje a estos gigantes de la Iglesia española, gigantes que después no fueron tratados demasiado bien por la propia Iglesia, pero ahí está su labor que ahora reconocemos con el orgullo que se merece.