Cuando en Cáceres ya se vendía el Simca 1.200 y se jubilaba Juanito Barra, el barbero más famoso de la capital, el comandante del Apolo XI, Neil Amstrong, se convertía en el primer hombre que hablaba a la Tierra desde la superficie de la Luna. «Aquí base de Tranquilidad. El Águila ha aterrizado», dijo. Ese día, a 17 kilómetros de la ciudad, el cura que vino de Torrequemada porque don Enrique no estaba, casaba a las doce en punto en la iglesia de San Salvador de Torreorgaz a Eugenio Díaz Luengo y Josefa Vidarte Merideño, que hoy, precisamente, celebran el 50 aniversario de su feliz matrimonio. Al día siguiente de la hazaña americana, Eugenio y Josefa organizaron la tradicional tornaboda, pero coincidió que en el Bar de Claudio, que estaba en la calle Trujillo y que era de los pocos lugares del pueblo que tenía televisión (en blanco y negro, por supuesto), retransmitían en la voz del inolvidable Jesús Hermida la llegada de Amstrong al satélite.

Era costumbre que a las tornabodas siempre acudían primero las mujeres porque los hombres paraban en el bar a echar el chato de vino. Ocurrió que ese día los maridos tardaban en llegar y sus esposas, extrañadas, decidieron subir al bar para comprobar qué estaba pasando. Sin embargo, las agujas del minutero corrían y las mujeres tampoco bajaban a la tornaboda, de manera que los novios se plantaron en casa de Claudio realmente intrigados. Al entrar, lo entendieron: todo el pueblo estaba viendo por la pequeña pantalla la llegada del hombre a la Luna, de modo que en Torreorgaz se hizo famoso el dicho de: «la tornaboda, la tornaboda, el que subía no volvía».

Es una anécdota inolvidable del matrimonio, hoy padres de tres hijos: María José, Benito y Jerónimo, y abuelos de seis nietos: Sonia (la mayor), Celia, Jesús, Miriam, Elena y Álvaro (el chico).

Fue feliz aquella boda. Eugenio vestido con un traje impecable que se compró en la calle Pintores, y Josefa con un vestido que se cosió ella misma con la tela primorosa que adquirió en El Requeté, que llevaba Getulio Hernández. El enlace era el sueño cumplido de un noviazgo que comenzó cuando Josefa tenía 16 años. Eran tiempos hermosos, en los bailes de Negrín, con Pedro Cámara y Pepe El Músico, que eran de Alcuéscar, y que iban a Torreorgaz a tocar el saxofón para amenizar los guateques. Pepe El Músico era todo un personaje, al que Santos Román, que sabía de ‘to’ (hasta de barbería), le enseñó a Pepe las nociones básicas para manejar el saxo con destreza.

Eugenio procedía de una familia de agricultores y ganaderos, y tenía cuatro hermanos: José, Francisco, Francisca y Bartolomé. Le dio clases don Emilio Polo Araújo en las escuelas del ayuntamiento viejo y en 1965 lo llamaron a filas, «que yo tenía una manta que no podía con ella». ¿Una manta? «Sí, una caraja por el miedo a lo desconocido», dice entre risas.

Los padres de Josefa también eran agricultores, vivían en la calle Real y tenía cuatro hermanos: Reyes, Benito, María Vicenta y Juliana. Ella acudía al colegio de niñas que levantaron en la capilla que había detrás de la iglesia y le dio clases doña María. Durante unos años residieron en Valdesalor, así que Eugenio iba a verla en bicicleta y una vez lo hizo con su Derbi; al volver, ya de noche por el camino de Zamarrillas, se le pinchó una rueda, y allá que tuvo que llegar a pie a Torreorgaz cargando con la moto.

Pero no importaba porque Josefa, que «era la más guapa y la más simpática», merecía eso y más. Como muestra un botón: ahora que la cifra de divorcios parece imparable ellos pueden presumir de llevar 50 años sobre la Luna y de haberse casado el mismo día que un comandante conquistó el espacio con un ordenador que tenía, por cierto, menos capacidad que un móvil.