Más de 80 años han pasado desde que Luis Buñuel asestara un guion certero y definitivo a la comarca cacereña con Las Hurdes, tierra sin pan (1933). Mucho se ha debatido sobre la repercusión que la escasa media hora del documental ha mantenido sobre el cielo de los hurdanos durante una generación. Los tremendistas detractores reniegan del director y especulan sobre las posibilidades de herir al hijo de Teruel con la más absoluta indiferencia. Más benevolentes son los que, con un ápice de aceptación, asumen el rodaje e incluso la preparada caída de la cabra desde el precipicio y pueden entrar en una conversación sin desear sufrimiento al director. Los hay incluso que aplauden esa visión catastrofista y "real".

Más arriesgado es el posicionamiento de los estudiosos, aquellos que convencidos de separar ficción y realidad, intuyen los minutos como un documento de crónica social sin mayor trascendencia y con peligro para su integridad si afirman que vienen de parte de Buñuel, se aventuran en el pasto de una generación que parece no haber superado las grietas que el cine ha dejado en sus casas. Para bien o para mal, la crítica que generó el realizador mantiene sus extremos. Un disparo para unos, doloroso y con una cicatriz incorregible en el tiempo y una bendición cinematográfica e incluso una oportunidad de proyección para el paraje hurdano.

Aunque fue Buñuel quien materializó la historia con el respaldo económico de Ramón Acín, la idea no llegó del aire. El bocio, enfermedad asociada a las zonas con carencias alimenticias (cabe destacar que el título del filme hace referencia al alimento más básico, el pan) sirvió de punto de partida para que el cinematógrafo ahondara en el paraje. A partir de ahí, el prolífico padre de Viridiana , Un perro andaluz y Los olvidados apuró casi un mes de rodaje (20 de abril al 24 de mayo) para dar forma a la tierra hurdana. Así, entre extractos de Brahms y alguna escena maquillada, apretó el gatillo para ser altavoz de una verdad que ya no se corresponde a la actual, de la crítica ácida ante una realidad injusta. Directo y sin piedad, cogió el arma, grabó, provocó y quedó para el recuerdo.