Pedro Aparicio Aparicio nació en Jaraíz de la Vera en 1929. Su madre, Adela Aparicio Jiménez, era ama de casa; su padre, Pedro Aparicio Iglesias, era maestro nacional aunque ejerció muy poco tiempo puesto que durante muchos años fue director de la banda de música de Jaraíz, formación que a su vez había fundado su padre, Pedro Aparicio, en 1888.

Junto a Pedro formaban la familia otros seis hermanos: Loreto, Palatino, Juliana, José (un ingeniero industrial que murió en un accidente de aviación en Franckfort), y Antonio, que falleció con 2 años tras asfixiarse mientras trató de emular a un tío suyo al verlo soplar una de aquellas gomas para arrancar los motores de gasolina que se utilizaban en el riego.

La infancia de Pedro, aunque feliz, no solo quedó marcada por este acontecimiento sino más aún por la enfermedad de su madre, que perdió el control de sí misma y entró en un estado de locura sin retorno cuando dos años antes de la guerra civil le extirparon un quiste en la cabeza. La familia se vio obligada a internar a Adela primero en un psquiátrico de Palencia, después en otro de Ciempozuelos en Madrid. Terminó en Cáceres, donde falleció feliz en su mundo a la edad de 93 años.

Pedro pasó su época de lactante en Pasarón de la Vera y Cuacos de Yuste, entre los pechos de nodrizas que lo amamantaron porque su madre desgraciadamente no podía hacerlo. La infancia de aquel niño fue, a pesar de todo, feliz en el seno de una familia acomodada y con buenos ingresos que pudo enviarlo a examinarse de Reválida al instituto Cardenal Cisneros de Salamanca y después al Escorial, con los padres agustinos, congregación que tenía mucha mano en la Facultad de Derecho, así que no hacía falta ni un suspiro para que los curas aconsejaran a los padres que lo que sus hijos debían estudiar era abogacía.

Pedro, con el beneplácito de su padre, también parecía dispuesto a ello. Tanto fue así que aquel verano de 1947, (en el que por cierto murió Manolete), previo a empezar su carrera en la universidad, Pedro se había comprado los libros de Romano y Derecho Natural para echarles un vistazo.

En aquella época el joven jugaba de portero en el equipo de fútbol de Jaraíz, que entrenaba el médico Sánchez Cirujano, buen amigo de su familia, de padre también médico que guardaba excelentes relaciones con Gregorio Marañón o Gómez Díaz. "¿Qué vas a estudiar?", le preguntó un día Sánchez Cirujano a Pedro minutos después de terminar un partido. "Derecho", contestó raudo Pedro, a lo que airado reprendió Cirujano: "¿Derecho?, pero qué dices alma de cántaro, tú te tienes que hacer médico. ¡Y no tengas miedo!".

Pedro ya tenía la mosca detrás de la oreja, pero antes de cambiar el rumbo a su vida quería consultarlo con su novia, Visitación Jabón Burcio, hija de Custodia y de Gerardo, que era un terrateniente de Jaraíz de la Vera. "¿Vas a estudiar Derecho?, pues a mí Derecho no me gusta", le dijo Visitación. "¿Y qué te gusta?", le preguntó Pedro. "A mí me gusta más médico", le respondió la guapa jovencita.

No hubo más dilema. En septiembre ya estaba Pedro en el 1º Derecha del número 36 de la calle Gaztambide en Madrid, donde su padre compró un piso tras vender sus propiedades en La Vera animado porque sus hijos José y Palatino también se fueron a estudiar a la capital de España y su esposa permanecía ingresada en una clínica madrileña.

Atocha y Gaztambide

Pedro entró pues en la Facultad de Medicina, que entonces estaba en la calle Atocha y lo hizo de la mano de los mejores profesores que pudo soñar, profesores que te enseñaban algo muy importante: a ser médico de pueblo. Salamanca, Pallardo y Jiménez Díaz componían el triunvirato de eminentes docentes en aquella facultad de 400 alumnos. Cada uno de los profesores tenía su estilo, aunque el que más cautivó a Pedro fue el doctor Salamanca porque tenía unos apuntitos bajo los que se escondía la clave del éxito de un buen médico. "Les enseñaré lo que ustedes se van a encontrar cuando lleguen a cualquier pueblo. Si luego quieren ser catedráticos o especialistas, no se preocupen, que eso lo aprenderán más tarde, de momento sabrán lo que es una consulta", les dijo en su primera clase el doctor Salamanca.

En 4º curso Pedro empezó a hacer prácticas en El Robledo, un pueblo de Ciudad Real donde el abuelo de su novia tenía una finca con ciento y pico de medieros que se llevó de Jaraíz, algo que le dio mucha soltura. En 5º Pedro tenía que inclinarse por una especialidad y optó por la de Pediatría seguramente movido por una prima hermana cuyos hijos siempre acudían a la consulta de Panero, un doctor por el que el joven estudiante sentía un profundo respeto.

Si alguna vez tuvo dudas sobre su especialidad se disiparían definitivamente en otro partido de fútbol. Jugaba Pedro en un equipo de Madrid donde era compañero de un hermano de la secretaria del profesor Laguna, que era el catedrático en Pediatria. El profesor acudió a ese partido y al ver a Pedro le dijo: "Si quieres hacerte pediatra ya sabes donde estoy".

Pedro Aparicio acabó medicina en 1954 con su título de médico especialista en Puericultura y Pediatría bajo el brazo. En el 58 se casó con Visitación en la iglesia de San Miguel de Jaraíz y lo celebraron en el casino. Se fueron de luna de miel a Palma de Mallorca, ciudad en la que Pedro había estado haciendo las milicias. El matrimonio tiene seis hijos: Pedro Antonio, Angel Luis, Gloria, Judit, Ricardo y Juan José.

Pedro comenzó ejerciendo la medicina general en su pueblo natal hasta que en 1965 por un concurso de traslado de méritos le dieron una plaza de pediatra en Cáceres. La familia empezó viviendo en la avenida Virgen de Guadalupe, en el chalet de Leoncio Domínguez, que estaba frente al Hotel Extremadura, un lugar estratégico desde donde se podía ver a los grandes toreros a su salida del hotel cuando se dirigían a la Era de los Mártires en busca de tardes de gloria. El chalet tenía una pajarera delante, unas escaleritas para acceder al interior, y detrás un corralino con su palomar.

Cuando Previsión Sanitaria construyó en la calle Periodista Sánchez Asensio, muy cerca del sanatorio de don Pedro Ledesma, unos pisos que se adjudicaron a muchos sanitarios, Aparicio y su familia se marcharon a vivir allí. Fueron vecinos de Pérez Toril, de Luengo, Casasola, los Torres, el doctor Berrocal...

El doctor Aparicio no cesaba de trabajar. Comenzaba a primera hora, de 9 a 11, pasando consulta en la Perra Gorda. Seguidamente se iba a Aldea Moret, donde trabajó de 11 a una de la tarde durante 13 años, hasta que llegó el doctor Pedro Moreno Rivas para sustituirlo. En las Minas había un consultorio de medicina general en el ayuntamiento, donde Aparicio trabajaba junto a Martín Santos, otro médico, y una enfermera, Socorro, que era hija de un ats y estaba casada con uno de los de Castañera Radio.

Al concluir su estancia en Aldea Moret, Aparicio atendía en su casa y también en una consulta que abrió en el 6ºA del número 10 de la avenida de España, donde implantó la llamada iguala, un sistema por el que mensualmente los pacientes pagaban 300 pesetas y podían ser atendidos los días que quisieran, las veces que fuera necesario sin que por cada consulta tuvieran que desembolsar una cantidad excesiva de dinero.

La trayectoria

Pedro ha de sumar a su trayectoria su experiencia como médico de plaza de toros. Llegó un día Aparicio a Torrecillas de la Tiesa donde se celebraba una corrida y llevaron en camilla a la enfermería a un herido. Detrás de la camilla, un hombre, visiblemente chispado, corría como alma que lleva el diablo mientras bramaba: "¡Señor doctor, que llevo la pata, señor doctor, que llevo la pata!". Aparicio se asustó, hasta que comprobó que lo que aquel hombre traía entre las manos era la pata de palo del corneado.

Aparicio también fue médico en la Guardia Civil, en Cruz Roja, en el CIR. en el Hogar Infantil Julián Murillo, en el colegio de la Inmaculada, en el Virgen de la Montaña, en el San Pedro de Alcántara, en el consultorio del 18 de julio de Ronda del Carmen... Carballo, Mariño, Rufino Murillo, Felipe Altozano... fueron colegas de profesión.

Aparicio llegó a acumular 9.000 cartillas; atendía a los enfermos del Junquillo, de las Casas Baratas, de Héroes de Baler... miles de niños pasaron por sus manos. Para Aparicio no había horarios. Llamó un día Lola, mujer de Juan Bazaga, muy apurada porque su hija había enfermado y Bazaga se había marchado de viaje. La niña tenía anginas y la fiebre le había subido mucho. Aparicio hizo de tres a cuatro visitas durante dos días para comprobar la evolución de la pequeña, hasta que sanó. Al cabo de una semana llegó Juan Bazaga a la consulta de Pedro y le felicitó con fervor, extrañado de que un médico de la Seguridad Social hubiera atendido de manera tan directa y constante a una paciente.

Y es que Pedro Aparicio dio prestigio en Cáceres a la sanidad pública. Cuando las madres llegaban asustadas con sus pequeños, se levantaba don Pedro de la silla y espetaba: "No se preocupe usted, que lo que no sepamos lo inventamos, pero su hijo se pondrá bueno", y las madres se tranquilizaban. Cuando daba el diagnóstico, Aparicio añadía: "Mire usted, a no ser por causas mayores, los lactantes lloran por cuatro razones: porque les duele el oído, porque les duele la barriga, porque les duele la garganta o porque tienen hambre". Entonces cogía don Pedro sus gotas anestésicas y les echaba en el oído dos o tres gotitas a aquellos cachorros, o asía el depresor y les bajaba la lengua para comprobar sus amígdalas o les auscultaba para cerciorarse de que les había entrado aire en el estómago.

Había días que llegaban las mamás con sus pequeños: "Don Pedro, la que le va a liar el niño". Y don Pedro, paciente, respondía. "Señora, decir la que le va a liar es decirle al niño que me la líe". En ese momento echaba mano de la más básica psicología: si era niño exclamaba: "¡Pero bueno, un tío hecho y derecho como tú, un machote como tú va a llorar!". Y el niño no abría el pico. Si era niña soltaba: "¡Pero bueno, una niña tan guapa como tú, una princesita como tú va a llorar!". Y como las niñas entienden antes la palabra guapa que cualquier otra palabra en este mundo, ¡hala!, ni una lágrima.

En ocasiones las madres acudían a la consulta con sus hijos arropados como cebollas. Y entonces don Pedro, molesto, recriminaba: "Cómo son ustedes las madres, que vienen casi en pelotas y a los niños me los traen llenos de piezas por todos lados. ¡Señora, una pieza menos!". Y las madres respondían: "¡Ay, don Pedro, qué cosas tiene!". Y don Pedro zanjaba: "Ni sabio ni tonto, pero humano ante todo".

Muchas de esas madres son hoy abuelas que aún paran por la calle al doctor: "¡Ay, don Pedro, que tengo que llevarle yo a mi nieto, ay don Pedro, que cómo le echamos de menos!". Entonces don Pedro, más ancho que pancho, responde: "Señora, ni sabio ni tonto, pero humano ante todo".