Medio Cáceres ha pasado por sus aulas en el Instituto Norba Caesarina. Argumenta que gracias a las matemáticas se construyen aviones, el hombre ha llegado a la Luna y hoy las casas tienen wifi. Pero sobre todo, cree que esta ciencia ayuda al ser humano a cultivar el pensamiento. Sabino Vaquero Mariscal, profesor jubilado que heredó de sus padres la capacidad de esfuerzo, no pierde el buen humor, don de gentes y ese carácter reivindicativo que hacían singulares sus clases. Frente a la manipulación, defiende que el mayor acto de rebeldía de un alumno es aprender.

-¿Un buen maestro es el que programa muchos o pocos exámenes?

-Ponía uno cada tema y luego hacía uno final (a ese solo tenía que presentarse quien tuviera algo pendiente). El examen es una herramienta muy buena para comprobar si tus alumnos han aprendido y para saber si has acertado. En el fondo, en el examen no sólo los evalúas a ellos, sino a ti mismo.

-¿Qué requisitos debe tener un docente?

-Paciencia, claridad, dominio y amor por la materia. También es muy importante el compromiso de estar firmemente convencido de que lo que hace es valioso. Y el entusiasmo, porque no basta con dar la asignatura, sino que debe contagiar a sus alumnos el gusto por la disciplina y aprenderla.

-¿Deberes sí o no?

-Deberes mal estructurados, excesivos y que los hagan los padres, no. Pero si son proporcionados y sirven para que al estudiante le surjan dudas y refuerce lo que ha visto en clase, sí. En matemáticas conviene hacerlos.

-¿Las matemáticas que se enseñan en los colegios son las que se necesitan para el día a día?

-Lo fundamental que uno aprende es la capacidad de pensar. Por supuesto, de todo lo que nos enseñan hay cosas que podemos utilizar en el día a día, como por ejemplo manejar el dinero. Es lo que llamamos las matemáticas funcionales, que son el pilar necesario para aprender las más complejas, las que nos permiten hacer volar aviones, enviar a seres humanos al espacio y tener wifi.

-¿El colegio no debería ser un lugar donde pasarlo bien mientras se estudia?

-La satisfacción debe estar vinculada al contenido: entrar en una clase y que te cuenten algo que no sabías. Para entender una nueva materia hay que hacer un esfuerzo y requiere trabajo. No puede ser un cachondeo o una fiesta. Es imposible aprender bien sin que haya un orden en el aula.

-¿Cómo recuerda su escuela?

-En Torrecillas de la Tiesa, con don Adrián, que era de Abertura. Existía una metodología de enseñanza exigente, basada en la celebérrima enciclopedia intuitiva, sintética y práctica del maestro Álvarez. Era una escuela con catón, pizarrín, plumier, baby y leche en polvo que nos daban en los recreos y que a mí no me gustaba (risas).

-Algunos dicen que no hace falta memorizar teniendo Google...

-La memoria hay que ejercitarla. Lo primero que hacía en el instituto era explicar el número pi. Los alumnos respondían que era el 3,14. Sin embargo, para que aprendieran las 22 primeras cifras del mismo, les recitaba esta poesía que me enseñaron en la mili: ‘Soy y seré a todos definible. Mi nombre tengo que daros, cociente diametral siempre inmedible, soy de los redondos aros’. Si realizas el cómputo de letras que tiene cada palabra te salen las 22 primeras cifras del número pi, que es el número de veces que la longitud de una circunferencia contiene a su diámetro. Una calculadora solo te da las ocho primeras cifras, la poesía te da 22.

-¿Qué opina sobre la sustitución de los libros por las tablets?

-Pienso que hay que adaptarse a los nuevos tiempos; ya no vamos en burro de aquí a Trujillo (risas).

-¿Cómo sacar las mejores capacidades de los alumnos?

-No creo que todos deban avanzar al mismo ritmo, eso es algo imposible. Queda en manos del profesor analizar cómo puede gestionar sus clases, de forma que todos aprendan lo suficiente y encuentren retos y desafíos; que los compañeros sean su propio modelo. Para mí la base de la escuela pública es que cada uno de los estudiantes desarrollen al máximo sus capacidades y apoyarles en lo que necesiten.

-¿Y repetir curso?

-A veces sirve y a veces no. Repetí un curso y no pasó nada, al contrario, me ayudó (sonríe).

-La última pregunta para terminar esta entrevista ¿Qué receta daría para el éxito escolar?

-A mis alumnos adolescentes les solía decir que el mayor acto de rebeldía que podían hacer era aprender, porque convirtiéndose en personas cultas y formadas iban a ser mucho más difíciles de manipular. No hay nada más estimulante para uno mismo que ver que aprendes y progresas.