Un día Francisco Aragón se miró a un espejo y no se reconoció. Con sólo 63 años, y ya jubilado, la enfermedad del olvido llamó a su puerta. Al principio comenzó con pequeños despistes: quería ir al cuarto de baño, pero acababa en otra habitación, quería beber agua en la cocina y trataba de encontrar los vasos en el baño. Poco después empezó a sufrir una desorientación espacio temporal bastante fuerte. Tenía dificultades para reconocer el dinero y algo tan sencillo como comprar una barra de pan o distinguir la hora en el reloj se le hacían un mundo. Su familia le llevó a la clínica Puerta de Hierro, en Madrid, y un neurólogo le detectó la enfermedad de Alzheimer.

Teresa Aragón, su hija, cuenta para EL PERIODICO el sufrimiento de la familia, la forma cómo ha afrontado esta enfermedad que mina y machaca cuanto toca. Teresa, miembro de la junta directiva de Alzhei, es un día roca y otro un mar de lágrimas, pero esta dramática experiencia personal le ha servido para hacerse fuerte y comprometida. "Alzhei es una asociación pequeña, no dispone de medios, tenemos pocas ayudas de la administración y el Alzheimer no está reconocido como enfermedad por la Consejería de Sanidad".

Todos los días

Ella recuerda a su padre con cariño: "Era una persona noble, reservada, con mucho pundonor, que no decía una palabra para no molestar a nadie, era... mi padre". Hoy Francisco pasa sus días en la Residencia Asistida. Su hija va a verle a diario, le da la cena, le acuesta y le da las buenas noches.

"Mis padres vivían en Plasencia, pero un día mi madre me lanzó un grito de socorro porque ya no podía más". Machacada física y psicológicamente la madre de Teresa ha hecho las veces de cuidador principal de su marido durante años. La situación, insostenible, obligó al matrimonio a trasladarse a Cáceres, junto a su hija.

Francisco ingresó en la residencia y su mujer se quedó en casa de Teresa. "Para mi madre está siendo durísimo. Su marido está en una residencia y ella está fuera de su casa. Le ve todos los días, llega a la Asistida a las diez de la mañana, come en el bar y pasa todo el día a su lado. Ella quiere estar con él hasta que aguante...".

Primero Francisco estuvo en la residencia Care, donde la familia pagaba 225.000 pesetas mensuales. Hace unas semanas han logrado plaza en la Asistida. El ingreso en el centro era la mejor alternativa porque su padre estaba en silla de ruedas y prácticamente no comía... "El hecho de dejarle en la residencia supone un paso fortísimo y muy cruento para la familia porque no es una decisión que tome el propio afectado, sino que alguien decide por él".

Teresa ha visto los ojos de impotencia de su padre, que se daba golpes cuando se le fueron las palabras o que arrastraba con fuerza una mesa, presa ya de la angustia y la desesperación. "Al Alzheimer le llaman la enfermedad del olvido, yo le llamo la enfermedad de los sentimientos, porque la razón te hace ver muchas cosas, pero los sentimientos no te dejan ver lo que la razón te dice". Y en medio de este cúmulo de experiencias hay un halo de esperanza. "Los médicos dicen que no me conoce, pero yo a veces siento que sí...".