Han vuelto los coches a Cáceres. Era horrible esta mañana circular por la ciudad y casi una hazaña encontrar un aparcamiento en las inmediaciones de la calle Viena y de la Madrila Alta, donde estaba todo hasta arriba. No había colegios ni bares abiertos, pero la Fase 1 ha pisado con fuerza en la ciudad. Bueno, en lo de los bares existen honrosas excepciones, como la del Don Pancho, que montó hace ya más de 20 años Imanol Falké en la plaza de Colón y que es uno de los clásicos de la ciudad. El Don Pancho era el único del barrio que había puesto la terraza, así que esta mañana ha sido un no parar.

También han abierto los hermanos Denche, que tienen el taller de coches de toda la vida en Hernández Pacheco. Ha sido una alegría volver a sentir el bullicio. Dicen que ahora es un negocio redondo esto de los coches, que empiezan a usarse de modo desbordante por el temor al contagio si te desplazas a pie.

Mientras, en un piso en Pintores un joven universitario lee ya el último párrafo de La Peste por encargo de su profesor. Dice esto: "Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa".

Efectivamente, ha vuelto el tráfico, estamos contentos, felices, pero respetemos las normas porque la responsabilidad de cuidarnos recae en gran parte en nosotros mismos.

Seguimos confinados, no estemos por tanto confiados.