Periodista

Para mí siempre será el paseo de las Acacias. Se llamaba así cuando era el bulevar de los juegos, la arboleda donde esperábamos a las niñas de las Carmelitas, un rincón verde en las afueras por donde el entrañable Correcaminos se dirigía hacia su recorrido diario por la carretera de Salamanca. Después Cáceres se hizo grande, el tráfico se desbordó y el paseo de las Acacias se convirtió en esa avenida Virgen de Guadalupe embotellada, atascada, insufrible...

No conozco a los concejales Santos Parra y Joaquín Rumbo y supongo que podrán ser criticados por muchas cosas, pero desde que han iniciado esta cruzada peatonalizadora han entrado en la galería de mis políticos favoritos.

Ya me imagino recorriendo una Cáceres peatonal de bulevares y sosiego. Ya me veo tomando unas cañas en Gómez Becerra sin tener que sortear las aglomeraciones de ´Rosso´ para comprar lámparas, portarretratos, velas y baúles diminutos, el tumulto escolar de las señoras maduras que aprenden portugués, de los muchachos prácticos que quieren saber alemán, de los poetas líricos que se entusiasman con el italiano, agobios peatonales de clientas del Dya, de chicas urbanas de Adolfo Domínguez...

La avenida saturada, endiablada y estresante volverá a ser el paseo de las Acacias y las niñas de las Carmelitas retornarán a los parterres.

Habrá quien proteste, prefiera los coches y hable de millones de pérdidas, pero que ningún concejal tenga miedo. El ejemplo de Oviedo, Santiago o Salamanca enseña que quien peatonaliza, gana.