Debemos recordar que en la Baja Edad Media se facilitó la irrupción de la nobleza en los concejos. Apunta Colmeiro que "luego que las ciudades crecieron en poder y riqueza, ofreció el gobierno municipal cebo apetitoso a la ambición y codicia". La nobleza llegó a tener el monopolio legal de los cargos municipales más importantes en la mayoría de las ciudades castellanas y el concejo de Cáceres no fue la excepción.

La Reina Católica en su estancia en Cáceres en el año de 1477 dictó una ordenanza, dada en Cáceres el 9 de julio de dicho año, determinando la constitución que habría de tener el ayuntamiento cacereño, enumerando los cargos que dirigirían al mismo y por medio de qué normas se elegirían éstos.

La Reina mandó que la villa tuviera doce regidores, un procurador del concejo, un escribano del concejo (los catorce perpetuos), un mayordomo, un alférez de la villa, cuatro contadores, cuatro fieles y un procurador del común (elegidos por un año).

Dentro de este mismo cuerpo documental se incluye el acta de la ceremonia de la elección de los cargos que constituirían el concejo de la villa, celebrada el 9 de julio de 1477. Toda la nobleza cacereña en pleno estaba allí para acaparar los cargos municipales. Empezado el acto, la Reina mandó que "todos prometieran, juraran e hicieran pleito-homenaje, de que todos los oficiales que fueran puestos por su Alteza los guardarán, cumplirán y no los impugnarán".

Primero empezó la elección de los doce regidores entre 48 caballeros hidalgos de la villa, 24 del linaje de arriba y 24 del de abajo. Se escribió cada nombre en un papel y se metieron los papeles en dos bonetes, sacando la Reina de cada bonete seis papeles, nombrándose de este modo los doce Regidores, entre ellos Pedro de Godoy, Francisco de Carvajal, Juan de Orellana, Diego de Paredes, etc.

XA CONTINUACIONx se juntaron los 36 papeles restantes en un solo bonete y de ellos extrajo la Reina uno con el nombre del procurador del concejo, saliendo Diego Gomes de Torres. Poco después, con cuatro papeles con los nombres de cuatro escribanos públicos, sacó uno para el puesto de escribano del concejo, nombrándose a Diego Hurruco.

De este modo se perpetuaron en manos de miembros de la nobleza cacereña los cargos municipales de raigambre; con lo cual la nobleza hizo y deshizo a su antojo en todos los asuntos que se trataban en el concejo, haciendo valer siempre en ellos sus intereses nobiliarios.