Primera escena. "¿Alguien tiene un libreto para dejarme?", pregunta M. A. D. desde el escenario. "Aquí y aquí van más personajes", dice señalando con la mano los lugares donde deberían estar y sitúa en sus puestos a Jesús Ossío, que encarna a Fredy, a Carlos Monterrey, que hace de Ricky y a José Antonio Enríquez, en el papel de Conciencia. "Empezamos por el principio, ¿vale? Hoy estamos un poco desubicados --se excusa dirigiéndose al grupo de personas que hacen de público--. Es la primera vez que ensayamos en el salón de actos".

Falta la música pero M. A. empieza a caminar sobre el escenario ya transformado en el personaje de Gerardo. El libreto de Cómo olvidar mi pasado , de Joel Moraguer, indica que debe hacerlo lentamente y con marcada inseguridad, como si tratara de encontrar alguna respuesta a su identidad. Inicia un monólogo, que replica su Conciencia.

La escena se desarrolla en el salón de actos de la cárcel el 4 de septiembre. La primera compañía de teatro del Centro Penitenciario de Cáceres, compuesta por nueve presos, todos sudamericanos menos un español, ensaya el drama escrito por el director mejicano Joel Moraguer sobre la vida y el devenir de una pandilla de toxicómanos y delincuentes.

El comienzo

Toda la historia de este singular grupo ha transcurrido hasta ahora en el módulo 1, donde se ubicó la sede del taller de teatro, y donde se realizó el cásting para seleccionar a los actores, al que se presentaron 30 aspirantes, se eligió la obra. Allí arrancaron los ensayos, que son semanales los martes, por las mañanas, y los miércoles, por las tardes.

El día que por primera vez pueden ensayar en el salón de actos, sobre un escenario real, tras obtener el permiso de la institución, una redactora y un fotógrafo de EL PERIODICO, tres trabajadoras de Cruz Roja y Antonio Iglesias, el educador del centro que ha promovido este pionero taller de teatro, asisten excepcionalmente como público. Oficialmente el espectáculo se estrenará en Navidad y después el grupo espera salir de gira con él por otras cárceles españolas.

Las fotocopias del texto de Moraguer con las que trabajan presentan ya un aspecto manoseado. Los actores no han memorizado aún todos los diálogos, pero en este ensayo sobre todo se trabaja el espacio sobre el tablado. M. A. D. , uno de los reclusos que dirige y protagoniza la función, vuelve a dar instrucciones a sus compañeros. "Tú tienes que ponerte en el medio... Camina mirando al público", le indica al intérprete de Fredy. Ambos releen el libreto, entrenan gestos y posiciones y pasan a la siguiente escena.

En este ensayo se nota la ausencia de Antonia, la voluntaria de Cruz Roja que encarna el único papel femenino de la obra, la Yoyi. No se ha podido escapar del trabajo y, en su lugar, Jesús de los Cobos, que encarna a un juez, afina su voz de hombre corpulento y da la réplica a Gerardo, su novio en la obra.

El protagonista

"¡Ajjjjjj!", grita M. A. tras olvidar la frase siguiente. Entra y sale de su papel para ejercer su doble función de actor y director. Suda y empapa la camisa. Es fácil adivinar que domina el escenario. Después contará que fue un actor medio famoso en su país, México, donde llegó a encarnar un personaje en un culebrón. "Soy demasiado impulsivo --dice--. Conocí a una mala persona en un mal momento y terminé aquí". Tiene una condena de 10 años por intentar colar un kilo de cocaína escondida en la maleta en el aeropuerto de Barajas. "Al principio de estar aquí, me daba cabezazos en la pared. No he matado y es mucho tiempo por una mala decisión", afirma. En prisión ha aprendido a "valorar cosas que cuando estás libre das por hecho".

Creció en una conflictiva colonia de México D. F., que lo condenó a ser un "chavito pandillero y ladronzuelo", recuerda. Un casting de un canal mexicano, al que su madre se empeñó en apuntarlo para entrar en la escuela de actuación, le cambiaría el destino a los 21 años, aunque por poco tiempo. La farándula, el "codearme con gente famosa y las noches de drogas, alcohol...", se le subió a la cabeza. Ahora, con 31 años y dos ya en prisión, dice haber dejado atrás todo lo que representa esa vida. Todo menos a Nadine, su pareja, y actuar, "que es lo que más me gusta y aquí dentro nos da un poco de libertad".

La casualidad ha hecho que coincidan en el tiempo y en la prisión cacereña M. A., que ya intentó hacer algo de teatro en la cárcel de Soto del Real, y Antonio Iglesias, funcionario de prisiones como educador, quien se empeñó en sacar adelante este taller de teatro, que cuenta con la colaboración del programa de desintoxicación de Cruz Roja.

El educador menciona otros intentos anteriores, pero nunca llegaron a fructificar. Reconoce que no es fácil el trabajo con los internos "porque pierden pronto el interés". Este grupo es la excepción. Ninguno le ha fallado ni un día, a no ser por causas de fuerza mayor, como ir a juicios. "Les viene fenomenal porque se sienten libres", explica.