Desde que las tareas y responsabilidades políticas han quedado «al albur» de gentes pintorescas, de charlatanes de feria o de gestores de «tómbolas» electorales; en las que se pueden escuchar en sus «mítines» y campañas los desatinos más originales y sorprendentes que puedan ser publicados; incluyendo insultos, descalificaciones, falsos testimonios y mentiras sobre hechos o acontecimientos que todos conocen sobradamente; la propia credibilidad de la acción política ha quedado muy «descascarillada» entre los ciudadanos, que ya no distinguen ni siquiera el «color» de las ideologías tradicionales.

Los eventos electorales de la pasada primavera han sido especialmente abundosos en ocurrencias, tópicos absurdos y estribillos de «tangos» y «milongas»; siempre repetidos con la misma credibilidad que las promesas de un borracho. Entre ellos, los más repetidos han sido bajar los impuestos, suprimir tasas y recargos, eliminar contribuciones al «Erario» y «dejar que cada uno haga lo que quiera con su dinero»; sin contribuir para nada a los gastos del Estado, a los servicios públicos ni a las ayudas o necesidades sociales que figuran en la Constitución como derechos ciudadanos, que no se pueden negar a ningún español.

Precisamente, los más «furibundos» liberales, «centristas», constitucionalistas y «filofachas» de esta última etapa «seudodemocrática» - la del «triple pacto» del PP., Cs. y «VOX» - son los que proclaman con mayor entusiasmo la supresión de todas estas aportaciones ciudadanas a la buena marcha de las tareas del Estado; las obligaciones de las empresas públicas que hacen posible los «servicios ciudadanos» y las que facilitan a muchas familias y colectivos superar las limitaciones o carencias de recursos que las continuas crisis económicas - las que provoca el propio sistema - les expulse del nivel general de rentas, o les eche a los peldaños más bajos de la convivencia y del decoro, que gozan el resto de los españoles.

Los «etéreos» resultados de las repetidas elecciones celebradas entre abril y junio, han sido los propios de este tipo de «tropas» y «compañías» que, en cada caso -: generales, municipales, autonómicas y europeas - formaban las listas de candidatos de cada partido, con todo el «equipaje» de promesas electorales, programas, ideologías, ocurrencias y hasta exabruptos mitineros para descalificar a los contrarios; que traía cada cual debajo del brazo, para soltarlo en el momentos menos oportuno.

Con lo cual, debido a la variedad de «oradores» y a los chirridos de los ejes de la noria, el «panorama» postelectoral ha resultado de lo más incomprensible, surrealista y «onírico» que se pudiera imaginar. Toda una serie de propuestas «verbeneras» imposibles de cumplir.

Consecuencia: Nadie sabe «a ciencia cierta» quién ha ganado los comicios; cómo se deben constituir los diversos parlamentos, corporaciones municipales o provinciales, las Cortes Generales o el nombramiento de los altos responsables a los que se va a encomendar las tareas gubernativas o administrativas.

¡Todo se hace a «salto de mata»! Acuerdos eventuales y «subnormales» para administrar varias Comunidades Autónomas, tales como Madrid, Murcia, Castilla-León, etc. Otros acuerdos -distintos de los anteriores - para ayuntamientos de gran calado e importancia: Madrid, Zaragoza, Sevilla, Badajoz, y otros de extrañas composiciones «clientelares» nacidas en «contubernios» ocasionales, rotos inmediatamente por desacuerdos absurdos; en los que cada participante mira sólo a sus intereses y a sus posibles «sillones».

Julio siempre ha sido un mes desdichado en siglos pasados. En él han tenido lugar grandes tensiones y grandes tragedias. La Historia confirma esta aseveración y nos alarma ante la creciente tensión social que ya se vive en las calles y plazas. Aunque las reuniones y manifestaciones vecinales no se deban inicialmente a asuntos que afecten a la sociedad o a la política; sino a la torpeza e ineficacia de los políticos que intentan gestionarla. ¡Sólo callando podremos entender a los que razonan!