Pasé auténtico pánico, me vi muerto», afirmó este lunes el acusado de matar a su mujer en Arroyo de la Luz en agosto del 2017, Santiago Cámara, en la primera sesión del juicio en el que se le acusa de homicidio. Será juzgado por un tribunal del jurado, el primero que se celebra en la región después de que los juzgados hayan recuperado la actividad tras la crisis del coronavirus. Se llevó a cabo con estrictas medidas de seguridad para garantizar el cumplimiento de los protocolos sanitarios.

Cámara y su mujer, Sofía Tato, llevaban casados 14 años y tenían dos hijas menores. Tal y como explicó el acusado al tribunal ambos habían mantenido siempre una buena relación, a pesar del carácter fuerte de su esposa. Los problemas comenzaron a raíz de descubrir él que faltaba una importante cantidad de dinero en las cuentas comunes, ya que ambos estaban casados en régimen de gananciales.

En el mes de julio de ese año Santiago Cámara recibió una llamada del propietario del restaurante donde se había celebrado meses antes la comunión de una de sus hijas, para informarle de que no se había pagado aún el banquete. Le sorprendió la llamada y se lo comunicó a su mujer para pedirle que hiciera efectiva la transferencia cuanto antes. Según él mismo asegura era ella la que se encargaba de gestionar la economía familiar, que compatibilizaba con su función de ama de casa. Él trabajaba en la construcción y era aficionado a la caza, actividad que también le proporcionaba beneficios económicos.

Según cuenta él y defiende también el Ministerio Público, Sofía Tato sacó de la cuenta de ahorros de sus padres, en la que estaba autorizada para realizar operaciones, 1.200 euros para hacer frente al pago de la comunión. A raíz de aquello, comenzó a tener dudas de que algo podía estar ocurriendo con el dinero familiar; pero no fue hasta el 17 de agosto cuando descubre que faltaban más de 100.000 euros.

Depósito a plazo fijo

Ese día, tal y como ha declarado, acudió a la sucursal bancaria de Arroyo de la Luz para preguntar por el depósito a plazo fijo que ambos tenían contratado y que vencía en el mes de septiembre. Había 96.000 euros pero ya no existía. En la entidad le informaron de que se había ido sacando el dinero poco a poco y se había ingresado en la cuenta común, pero aquí solo quedaba un saldo de 198 euros. Habían desaparecido 103.000, que habían sido ingresados, en reintegros de 1.000, 2.000 y 3.000 euros en cuentas de Ghana y Nigeria.

Nada más salir de allí llamó a sus suegros y a sus padres para informarles de lo que había pasado. Ya en casa, donde continuaba aún con la conversación, apareció ella quien, al observar que estaba contando lo sucedido le amenazó con un cuchillo, asegura Cámara, el mismo con el que después ella perdería la vida. Sofía Tato nunca quiso que la gente se enterara del problema con el dinero. «Su madre me dijo que tuviera cuidado con su hija, que podía perder la cabeza porque podía haber estado metida en una secta», añadió el acusado.

Su mujer nunca llegó a dar una versión clara de dónde estaba el dinero. A día de hoy, insiste Cámara, sigue sin saber qué ocurrió. Primero le dijo que lo tenía guardado, después que se lo había gastado en el bingo online y por último que estaba depositado en una caja de seguridad en el banco, en Madrid. Así que, a los días, se desplazaron a la capital de España para recuperar su dinero. Allí, al explicar en la sucursal lo que les sucedía, se extrañaron, según la versión del acusado. «Al final a ella le mandaron un correo para informarle de que la caja de seguridad llegaría a Cáceres».

Sin rastro del dinero

Nunca apareció. El 24 de agosto concertaron una cita con el banco, en Cáceres, para aclarar definitivamente lo ocurrido. Esa noche, cuenta Cámara, durmió tranquilo porque estaba seguro de que todo se iba a solucionar pero, alrededor de las 7.00 horas se despertó recibiendo cuchilladas de su mujer. Dice que le gritó: «Te voy a matar a ti y a tus hijas, te vas a quedar sin el dinero porque me lo he gastado». Entonces él se levantó de la cama y la agarró de las manos, mientras la empujaba para defenderse, hasta que el cuchillo terminó clavado en el tórax de su mujer fruto del forcejeo.

Ella terminó tendida en el suelo y él cogió el cuchillo y se tiró en la cama. «Estaba desangrándome, me tiré en la cama a morirme porque creía que me iba a morir», añadió. Y asegura que «nunca» llegó a quitarle el arma. En mitad de aquel forcejeo entraron en la habitación sus dos hijas, que fueron testigos de parte del suceso. Ella falleció en el acto y él recibió 16 cuchilladas que le mantuvieron varios días hospitalizado (requirió ingreso en la Unidad de Cuidados Intensivos). Tras lo ocurrido llamó a su padre, que fue el que alertó al 112. Minutos después emergencias le llamó a él: «Estaba dormido en la cama y me estaba dando cuchilladas, le he quitado el cuchillo y se lo he clavado. No tarden, por favor», le dijo Cámara al 112, tal y como se escucha en la grabación.

La acusación particular, que defiende a los padres de la fallecida y a las hijas del matrimonio, basándose en el testimonio de las menores cree que primero ocurrió una discusión entre ambos por el dinero, en la que él comienza a agredirla. Ella, para defenderse, se hace con un cuchillo de los que utilizaba su esposo para la caza y tenía guardado en el dormitorio. Cámara se lo arrebata y se lo clava. Cuando yacía en el suelo entran sus hijas, que observan cómo su padre propinaba patadas a su madre y coge de nuevo el cuchillo para rematarla impidiéndolo una de las menores.

Cámara pasó tres meses en prisión tras los hechos. Este lunes también han declarado los padres del acusado y los de la fallecida. El Ministerio Fiscal solicita tres años de cárcel por un delito de homicidio con la eximente de legítima defensa y el agravante de parentesco. Las acusaciones particulares, 12 años y medio por homicidio y que indemnice a sus hijas con 150.000 euros y 80.000 a sus padres. La defensa pide la libre absolución al haber sido en defensa propia. El juicio continuará este martes.

Sin público y con mamparas

Ha sido el primer juicio con jurado celebrado en la región en la era del coronavirus. Para ello la sala de la Audiencia se ha adaptado por completo para garantizar las medidas de seguridad que exigen las autoridades sanitarias. Lo más llamativo son las mamparas colocadas en el estrado. En total trece, que separan a los nueve miembros del jurado (siete hombres y dos mujeres) y al fiscal, acusaciones particulares, defensa y acusado. Los dos suplentes del tribunal del jurado (otros dos hombres) estuvieron por primera vez sentados en la zona habilitada para el público y separados del resto del jurado popular.

La sala estaba prácticamente vacía. Algo sorprendente en un juicio de estas características, donde lo habitual es seguirlo de pie por falta de sillas al estar todas ocupadas. En este caso solo había seis asientos, ocupados por los dos miembros del jurado y los medios de comunicación. A pesar de ser una audiencia pública el coronavirus impide que pueda seguirse por un gran número de personas.

El covid-19 alargó en exceso también la selección del jurado, que duró casi cinco horas. Había 20 aspirantes pero debían entrar en grupos de tres (normalmente lo hacen a la vez). Y ha obligado a que la mayor parte de las declaraciones de testigos se lleven a cabo por videoconferencia. Los micrófonos, además, están protegidos por unos plásticos.