A Silvestre Montes siempre le gustó el baloncesto. Sus ídolos fueron Wayne Brabender y Enrique Fernández, exjugadores del Real Madrid y el Cáceres, respectivamente. Ayer recibió, a sus 47 años, el último adiós en la parroquia de San Juan tras pasar tres meses en coma en el hospital, donde no logró recuperarse tras sufrir una parada cardíaca a principios del mes de junio. Acababa de practicar su deporte favorito en la Ciudad Deportiva con sus amigos de siempre y comenzó a sentirse mal. El resto, el camino hasta el final de la vida de un tipo muy querido en la capital, donde trabajó en el ayuntamiento como auxiliar cuando gobernaba José María Saponi. El exalcalde acudió a la misa funeral, oficiada por el obispo de la diócesis de Coria-Cáceres, Francisco Cerro. "Te ganaba el corazón", apuntó en su homilia para recordar a este hombre, siempre amable y con una sonrisa en la cara, que desempeñó sus últimas tareas en la Preciosa Sangre.

El amor al deporte

Impactados por el fallecimiento, en el funeral también estuvieron presentes compañeros que compartieron vestuario con Montes en equipos como el San Fernando, Cáceres o Bujacosa. Entre ellos, Ñete Bohigas, Rafa del Río, Rino, Juanjo Cerro, Minín Rodilla, Sergio Mena o Isidro Sánchez. También Jesús Luis Blanco, presidente de la Federación Extremeña de Baloncesto, que fue su entrenador, o Juan Luis Morán, exdelegado del Cáceres, junto a otros como Pedro Muriel, concejal de Deportes, o José María Martín, que le conocieron ejerciendo de árbitros en pista.

Hijo del médico Joaquín Montes Pintado y de Choni Doncel, Silvestre Montes se ganó el cariño de los trabajadores del ayuntamiento, donde le recuerdan como un ejemplo de superación, apuntó ayer el exedil Andrés Nevado. La alcaldesa Elena Nevado también tuvo palabras de homenaje: "El cariño de los cacereños por él era unánime. Vamos a echar de menos esa sonrisa permanente que nos regalaba", destacó la regidora, que transmitió sus condolencias a los familiares en el tanatorio. Atrás quedan las pachangas con sus colegas, atrás los saludos que repartía cuando iba por Cánovas. Silvestre Montes, hasta siempre.