Nos alejamos de la portada de la Iglesia y Convento de Santo Domingo, pero, antes, nos detenemos unos instantes a contemplar la casa número siete y su buen mirador. Pero el interés de esta construcción radica en que en ella nació el historiador Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros, ya que aquí vivieron sus padres hasta que, a la muerte de José Miguel de Mayoralgo, se trasladaron al palacio de Santa María. Esta casa presenta, en sus traseras de la Calle Valdés una interesante portada granítica medieval, que induce a pensar en la antigüedad y el cambio de orientación del frontispicio.

Caminamos hacia la calle Andrada (así llamada por haber tenido su solar en ella en el siglo XVI Jerónimo de Andrada, Regidor de Cáceres) y encontramos un hermoso blasón de la Orden de Predicadores donde estuvo la entrada principal del cenobio, en la que se repartía la sopa boba. Este hecho queda atestiguado por documentos que nombran este espacio público como la Portería de Santo Domingo. A partir de aquí nos encontramos en la Calle de Ríos Verdes, antiguamente dividida en Río Verde Alto (de la Calle Empedrada a Andrada) y Río Verde Bajo (de ésta a la confluencia entre las calles de Moros y Sancti Spiritus). Queda testimonio --hoy en día-- de esta división en un hermoso azulejo antiguo al final de la calle, en el que bajo, por cierto, se escribe con uve. Precisamente allí es donde se levanta lo que, antes de los efectos de la desamortización en 1822, fuera la Hospedería de Santo Domingo, en el actual número tres de la Calle Sancti Spiritus.

Muy reformada

Es una construcción de aspecto muy robusto, con marcada tendencia a la horizontalidad, de dos alturas, vanos arquitrabados, aunque se encuentra muy reformada por intervenciones posteriores. En la fachada el signo más notable de su antigüedad es el balcón central del piso principal, con una buena labra de cantería. Los sillares graníticos de la esquina, así como la cornisa, nos hablan de la solidez y antigüedad de la construcción.

Sin embargo, el resto más antiguo de la misma --por el que se puede colegir que se levantó sobre otra construcción precedente-- es la torre medieval, que pasa casi oculta al espectador. Descendiendo Ríos Verdes --y frontera con la imprenta allí existente-- se ven los restos de una construcción tardogótica en la que destacan una ventana geminada, un alfiz y un blasón, bastante deslascado, en el que se vislumbran las armas de Cáceres en su segundo cuartel. El hecho de que fuera una torre lo corrobora una ménsula, única superviviente de las hermanas que un día tuvo. Ya sabemos que las construcciones del viejo Cáceres son el fruto de sucesivos edificios superpuestos los unos a las otros e integrados en el resultado que hoy vemos.

Pero lo que más llama la atención del conjunto es el notable puente elevado que une la hospedería con el convento (en el que hoy se haya integrado, puesto que la hospedería es vivienda particular), suerte de puente de los suspiros a la cacereña que provocó no pocos problemas y tensiones en el Cáceres de finales del siglo XVI. No debemos olvidar que la Calle de Ríos Verdes se llama así por el regato que nace en Peña Redonda y desembocaba en el regato de San Blas que, a su vez, lo hacía en la Ribera del Marco. Pensemos que en el plano de Coello de 1857, todavía aparece este arroyo sin canalizar. Lo cierto es que, a partir de este punto, Ríos Verdes discurría por una zona profundamente pobre. La actual calle General Margallo se denominó así desde 1893, como consecuencia de un sentimiento antimarroquí derivado de la Guerra de Marruecos y se bautizó de tal modo por el general muerto en Melilla ese año. Pero su nombre tradicional, como todo el mundo sabe, es el de Calle Moros. Esta zona se convirtió en arrabal morisco tras la reconquista ¿Por qué? Por ser una zona insalubre y caldo de cultivo del paludismo, lo que produjo la aparición de un caserío marginal.

El puente elevado

A los dominicos les suponía un grave problema pasar del convento a la hospedería y, así, levantaron en 1597 el puente elevado que unía los dos edificios. Para ello se elevó el muro, que aún persiste, y que se apropió de espacio público con intervención incluida del Concejo y graves protestas populares, en esta tierra tendente a la inercia, que nunca fue demasiado dada a las revueltas. Tuvo que intervenir el Consejo Real, pero los frailes levantaron el muro, construyeron el pasadizo y se quedaron más anchos que panchos. Más de quinientos años después tanto el muro, como el puente siguen estando ahí. Puente que ya no une ambos edificios, que no sirve para vadear el río: porque esas aguas malolientes, insanas, foco de tantas, van canalizadas bajo tierra. La miseria se puede esconder, pero es difícil hacerla desaparecer. La eternidad camufla con recios telones sus bajezas, las oculta y sólo lucen --orgullosas y altivas-- las piedras que desafían a los hombres y a los siglos.