"Vi odio en las caras de la gente. En mis 11 años de profesión no me ha pasado nada igual como aquella noche en la Madrila". Quien habla es uno de los tres policías locales que resultó herido en la madrugada del 6 de octubre del 2002 en la plaza de Albatros durante los disturbios por el horario de cierre de los bares. La batalla campal en la que se convirtió el epicentro de la movida cacereña se saldó con cinco detenidos y numerosos destrozos en vehículos y mobiliario urbano.

"Nos avisaron de que se estaban produciendo incidentes en la Madrila. Ya habíamos advertido de que podían ocurrir, pero no nos hicieron caso", recuerda el agente herido que solo llevaba dos años en el cuerpo cuando ocurrieron los sucesos. "Nos recibieron con piedras cuando llegamos. Eramos 14 policías en aquel turno de noche. Me salvé de milagro porque me cayó en los pies una botella de litro de güisqui desde uno de los balcones", relata el policía, que admite que, horas después, estuvo a punto de cargar contra un amigo en Cánovas. "Fue tanta la tensión que vivimos que iba ciego", reconoce años después de los incidentes.

Los cinco detenidos fueron puestos en libertad la semana después de los disturbios, pero ya nada volvió a ser igual en la Madrila. Un dispositivo policial permanente vigiló la zona ante la previsión de que los incidentes se repitieran, algo que volvió a ocurrir en la madrugada del 11 de octubre con cinco más. Tres de los detenidos en la madrugada del día 6 fueron condenados a penas de prisión que no superaron los seis meses y a abonar indemnizaciones de alrededor de 11.000 euros. Ninguno ingresó en la cárcel.

Uno de ellos, que accede a dar su versión de lo ocurrido a este diario sin que aparezcan datos que puedan revelar su identidad, asegura que "lo peor" fueron los cinco días que pasó en la cárcel. "Fue más duro que tener que pagar luego las indemnizaciones", a las que tuvieron que hacer frente sus padres. "Yo no tenía nada ahorrado. Si no llega a ser por ellos hubiera tenido que ir a la cárcel", recuerda.

Ahora este joven, que superaba la veintena cuando ocurrieron los hechos, afirma que los cinco detenidos fueron "cabezas de turco y pagaron el pato. Nos pasó a nosotros como le pudo ocurrir a cualquiera", asegura, aunque dice que quiere olvidar lo que ocurrió aquella noche. "Había mucha gente dando voces. Yo estaba allí de fiesta. Los bares cerraron y nos echaron y la gente empezó a manifestarse", recuerda.

Cinco días en la cárcel

Para uno de los condenados por sucesos lo que ocurrió "no se olvida nunca porque", añade, "estuve metido cinco días metido en la cárcel, rodeado de delincuentes de verdad, gente que ha matado a alguien y ha hecho un mal". Aunque los hosteleros fueron acusados de estar detrás de los incidentes, David Vivas, actual propietario del pub Barroco y que por aquel entonces regentaba el mismo local con el nombre de la Vieja Trova, niega cualquier vinculación con los hechos. "Ningún hostelero fue detenido ni resultó implicado", asegura Vivas, que cree que la ampliación de horarios, detonante de los sucesos, sigue sin resolverse siete años después.

En opinión de Vivas, lo sucedido "no benefició ni a hosteleros ni a vecinos", asegurando que la situación en la Madrila "es peor que antes porque el que quiera puede seguir tomando copas hasta las doce de la mañana, cuando lo que pedimos es poder estar abiertos hasta las cinco o las seis". Para el empresario, la problemática de los horarios sigue siendo "igual" que en el año de los disturbios, de los que culpa al ayuntamiento gobernado entonces por el PP por pretender cerrar todos los locales a las tres. "Sabían que 3.000 personas se iban a quedar en la calle aquella noche", afirma el hostelero, que subraya que fue "una minoría" la que participó en la refriega con los agentes de la policía.

Vivas también reflexiona sobre el estado actual de los negocios en la plaza de Albatros, epicentro de los incidentes, y afirma que los locales "funcionan ahora más temprano" y que algunos "han tenido que reconvertirse" instalando terrazas. Sin embargo, el hostelero admite que, tras la restricción de horarios, unos locales consiguieron aprovechar el resquicio legal que les permite reabrir a las seis de la mañana y otros lograron licencias para cerrar más tarde sin tener las condiciones. "Se hizo una chapuza", reconoce.

A Miguel Salazar, presidente vecinal de la Madrila, le tocó vivir de cerca los incidentes y sus consecuencias: "Perjudicó a la