La única relación que la ciudad feliz tiene con el Comité Olímpico Internacional es que uno de sus miembros, el príncipe Alberto de Mónaco, nos visita desde que era un niño: unas veces para pasear por la parte antigua y hacerse fotos en el aljibe, otras veces para cazar perdices en una finca cercana.

Los cacereños, como somos de natural hospitalarios y enseguida nos entregamos al visitante famoso sin reparar en su catadura, en cuanto llegan los Grimaldi nos quedamos embobados como si fueran los líderes morales del mundo.

El miércoles en Singapur quedó claro quién es este cazador de perdices cacereñas llamado Alberto de Mónaco. Reinaba la euforia tras el magnífico vídeo de la candidatura olímpica madrileña, cuando su voz de ariete de Chirac sonó como un latigazo cruel, pero no porque preguntara sobre el terrorismo en España, que eso era normal, sino por ser un jefe de estado mimado por la monarquía española, por cómo preguntó, ciñéndose a lo particular del coche que explotó junto al estadio de La Peineta en lugar de a lo conceptual, y porque no había hecho la misma pregunta a Nueva York.

Admirado por el Hola

El cazador de perdices cacereñas intentó dar una imagen de olimpista riguroso zahiriendo a España y congraciándose con Francia el mismo día en que reconocía a su hijo bastardo. Pero no pasará nada: seguirá viniendo por aquí a disfrutar de nuestras perdices y de la admiración de los cacereños, del Hola y del Sabor a ti .

En la derrota de Madrid hay razones suficientes para que la ciudad feliz se ponga triste. Los Juegos de 2012 a 300 kilómetros hubieran supuesto un impulso seguro al Ave Madrid-Lisboa, a la autovía de Trujillo y al empleo de miles de extremeños.

Hemos perdido los juegos por muchas razones, no desde luego por Alberto de Mónaco, pero sí es cierto que este personaje es el paradigma del Comité Olímpico. Casualmente, estuve en Madrid y en París en los días en que se producía la visita del Comité de Evaluación de ambas candidaturas y viví el entusiasmo y la emoción de sus ciudadanos ante tal acontecimiento. Pero en realidad, no sirvió para nada.

La selección de la ciudad olímpica es un camelo pues no se hace con criterios de calidad y excelencia, sino a base de componendas, presiones y afinidades electivas. No se entiende que Londres haya sido la elegida frente a dos ciudades como Madrid y París que son un ejemplo de transporte metropolitano e instalaciones deportivas.

En Londres sólo hay buenos estadios de fútbol y rugby. No hay pabellones (¿alguien conoce algún equipo londinense de balonmano, voleibol o baloncesto aparte de aquel Cristal Palace testimonial?), no hay centros acuáticos, no hay grandes estadios de atletismo...

Londres es una candidatura virtual, un jueguecito de ordenador donde le das a una tecla y te dibuja una ciudad olímpica en Stratford, un barrio del Este donde viven los pobres y que ahora sufrirá el mismo fenómeno de centrification que antes se dio en Portobello: se pondrá de moda, llegarán las familias jóvenes adineradas y los profesionales emergentes y expulsarán a los pobres.

En cuanto al transporte, tristemente de actualidad, su metro es lamentable: entradas angostas y deprimentes, accesos por escaleras estrechas de paredes deconchadas y humedades truculentas, montacargas gigantes que inquietan sobremanera... En cuanto a los autobuses, son muy graciosos con sus dos pisos, pero te suelen dejar tirado a dos kilómetros de tu destino por inexplicables necesidades del servicio.

Pero bueno, han ganado con los votos de los colegas de Albertito y habrá que darles la enhorabuena, aprender para lo de Cáceres 2016 y buscar un Toni Blair local que suceda a Saponi y un cazador de perdices que le haga preguntas capciosas a Córdoba.