Este domingo tomamos la carretera de Mérida, esa Vía Lata utilizada y reutilizada desde los tiempos de Tartessos. Una vez superado el Cimov, a nuestra derecha nos detenemos para ver la Casa del Trasquilón que fue propiedad del Hospital de la Piedad y, más tarde, de los Carvajales que la vendieron a los Marqueses de Castro Serna y de éstos pasó a los Condes de Campo-Giro hasta su venta. También podemos acercarnos a ver las minas de el Trasquilón y San Expedito. Es una construcción sólida y blasonada, cuyas cuadras conservan miliarios romanos como soportes. Al llegar a Valdesalor, entidad local menor creada con el Plan Guadiana en 1966, observamos su estructura de pueblo de colonización y podemos desviarnos a ver tramos de calzada romana y la hermosa Puente Mocha, restaurado en fecha reciente.

Tomando la carretera del pantano, a nuestra izquierda aparece la Torrecilla de la Lagartera, del XIV, arruinada, con los restos de su altiva torre del homenaje. Fue señorío de los Andrada y pasó a los Cáceres, Señores de Espadero, de quienes la heredaron los Marqueses de Castelmoncayo y más tarde los Duques de Fernán Núñez. Cercanos están los restos de la medieval Aldea de la Lagartera y del romano Castillo del Puerto.

Y, finalmente, en el límite de esta propiedad y confinando con la dehesa de Zafra, la cual, junto con la Zafrilla sabemos ya muy bien que fueron terrenos comunales dados a la Villa por la Corona, se encuentra Zamarrillas, un verdadero fósil de los tiempos señoriales en los campos de Cáceres. Sabemos ya de la existencia de Zamarrillas en el XIV, como de muchas otras aldeas, lugares o heredamientos que ya hemos visto o veremos en las pocas semanas que nos restan, de las que casi nada queda, excepto sus construcciones señoriales. Zamarrillas, sin embargo, constituye una excepción. Los documentos citan a Zamarrillas como un arrabal y, de hecho, el Interrogatorio de la Real Audiencia de 1791 lo incluye como último capítulo en el partido de Cáceres. Zamarrillas posee algo inquietante, una sensación de estar en otra época, una aldea fosilizada que el tiempo ha conservado. Es realmente bello su enclave, en una suave pendiente, que permite una contemplación plena, una descansada panorámica general.

El lugar posee su propio templo, la Iglesia de Nuestra Señora de la Esclarecida, con su pórtico lateral, su hermoso ábside pentagonal y su anexo cementerio. Llama la atención la hermosísima casa de Hernando de Ovando (el hijo del Capitán diego de Cáceres) y de su mujer, Mencía de Ulloa, en cuya descendencia se fijó el señorío de Zamarrillas, que acabaría recayendo en diversas ramas familiares, la de Cosme de Ovando, los Ovando Vera, hasta vincularse, finalmente, en los Condes de la Torre de Mayorazgo, junto con otras múltiples propiedades, como el palacio de la Plaza de Santa María. De éstos lo heredarían los Condes de Canilleros, de ahí que esta casa sea también conocida como Casa de los Muñoces. De ellos heredarían los Tornos, y actualmente, la propiedad de toda Zamarrillas es de varias ramas de la familia Sanabria. Otra parte, heredada de los Ulloa recayó en los Condes de Adanero.

La casa es muy similar a la que su hermano Rodrigo levantó en las Seguras y que vimos hace dos semanas. Presenta las armerías de los fundadores enmarcadas por alfiz: Ovando y Mogollón por Hernando y Ulloa y Carvajal por Mencía, que pertenecía a la rama de los Señores de Malgarrida. Otras casas se encuentran en la aldea, la Casa Grande, abaluartada, que fue de los Golfín, la Chica, la de las Roldadas, la de Merino, algunas muy hermosas, con amplias chimeneas y apariencia de casa fuerte. Hasta ahora no he dicho que las chimeneas eran un símbolo de prestigio social, cuanto mayor era una chimenea, mayor era el tamaño de la cocina y, por ende, la capacidad económica. Son detalles que al espectador de hoy pueden escaparse.

Restos de un castillo

Propietarios de estas casas fueron, además de los Ovando y los Ulloa, familias de la primera nobleza como los Paredes, los Porcallo, los Golfín o los Cáceres. Sobre el conjunto se alzan los restos del Castillo de los Duranes, señorio de los Durán de la Rocha, que fue arrasado por la francesada y sobre cuya propiedad se dirimieron pleitos al fallecer Andrea Durán de la Rocha, la última de la estirpe, entre sus parientes.

Zamarrillas fue testigo de acontecimientos familiares de la nobleza cacereña, pero, en el siglo XIX se fue vaciando paulatinamente y en el Diccionario de Madoz aparece como despoblado. No lejano, se levanta el Castillo de Cachorro, con su espectacular torre cuadrangular, blasonado y con una deliciosa ventana por la que siento debilidad, rebajada, sobre alfeizar y decoración sogueada, que perteneció a los Ulloa y que protegía la Aldea de Don Gonzalo.

La presentida primavera parece retrasarse, quizá se la espera en exceso, quizá se añoran los lirios, aún no florecidos, ésos, a los que nadie, ni Salomón en toda su gloria pudo jamás compararse.

Deshabitada desde el XIX Zamarrillas es la única aldea medieval del alfoz cacereño que se conserva prácticamente intacta, aunque deshabitada desde el XIX. Se remonta al siglo XIV y posee interesantes construcciones tardomedievales, religiosas, señoriales y militares.