Trabajo a diario con mujeres maltratadas. Mujeres que piden ayuda para escapar de más palizas, para salir de una larga y triste cadena de violencia. Pero no llegan solas. Vienen con el cuerpo repleto de hematomas, con tristeza y pesadillas en sus sueños. Y con muchos arañazos en el alma. Llegan confusas y llenas de terror. Abatidas.

Pero algo está cambiando. Ya no llegan en silencio. Quizás no se quieran tan poco. Quizás les han cortado las alas, pero no la voz. Ya es hora de gritar, de pedir auxilio por ellas y de hablar por las que han muerto. Para no llorar por ellas. Es sorprendente lo que ocurre. Demasiados llantos. Demasiados gritos de mujeres en la prensa. Para que no las olvidemos.

*Psicóloga de la Casa de la Mujer.