Las ciudades pequeñas parece que se les hacen muy grandes a sus ciudadanos, al menos es lo que nos sucede a los catovis. Todo está tan lejos que es imprescindible coger el coche para ir a cualquier sitio. Es necesario que todo esté al lado. Fíjense en lo que sucede en la calle Gil Cordero. En menos de doscientos metros hay cuatro pasos de peatones, como si tener que caminar unos metros fuera delito.

La verdad es que parecen pocos pasos pues mucha gente cruza por el medio de la calzada o con el semáforo en rojo. Una lástima que no se pueda poner un paso de peatones enfrente de cada casa. Esta característica está, como es de suponer, inscrita en el ADN de los concejales y así al tratar de remodelar la calle Alzapiernas no han considerado otras alternativas más que la más inmediata que ha resultado la más cara y molesta. Si echan una mirada al mapa de la ciudad comprobarán que en unos doscientos metros existen tres calles que dan acceso a la de Parras por el este, Alzapiernas, Sánchez Varona y Felipe Uribarri, con las que se podría haber jugado a la hora de planificar su acceso.

Lo más sensato es llevar a los turistas al centro lo más rápido posible de manera que Alzapiernas debería pensarse sobre todo como calle de descenso y de ascenso para valientes y muy válidos, mientras que la salida del turista debe ser más larga para que tenga la obligación de pasear por una parte de la ciudad comercial. Las otras dos serían más accesibles para subir, siendo Felipe Uribarri la más llevadera pues es más bien llana. Como es lógico cualquier cambio de accesos debe pensarse para facilitar la vida de los residentes y una combinación de ese tipo tiene el inconveniente de que algunos se verían obligados a caminar doscientos metros y eso aquí es un pecado muy grave por lo que no sería de extrañar que contara con su oposición y críticas, pero un ayuntamiento está obligado a gobernar para toda la ciudad, no solo para los vecinos inmediatos.