Hay que ver lo contento que se ponía uno cuando recibía una herencia. Como que algunos rezaban para que el familiar falleciera antes de tiempo. Aunque la herencia también ha sido motivo de disputas familiares que a veces conducían al rompimiento definitivo de los vínculos afectivos. Unas veces porque no se veían los signos de equidad debidos, otras porque se pretendían más derechos que los demás, no faltaba la ocasión en la que el motivo era el no recibir una casa concreta o un predio rural determinado e incluso un colgante o un cenicero fueron motivos para el desencuentro.

Bueno, pues eso se acabó. Tanto las alegrías como las disputas. Y gracias a los bancos. Porque los bancos, siempre tan dispuestos a colaborar con el bienestar del ciudadano, ofrecen hipotecas de 50 años. Algo que se esperaba pues está muy claro que la mayoría de los españoles no pueden pagar una hipoteca con el sueldo de una sola vida.

Sobre todo si es una vida honesta. Echen cálculos. Si la vida media ronda los setenta y pocos años y la hipoteca se hace hacia los treinta, está claro que no acabará de pagar la hipoteca pero como el banco no es tonto deberán hacerlo los herederos. Así pues a partir de ahora nadie deseará heredar sino todo lo contrario. "Por el amor de Dios, no me dejes nada en la herencia", suplicarán familiares y amigos. Nadie solicitará una declaración de herederos. "El piso para las monjas". O en último término reprocharán al pariente: "No me jodas tío Eufrasio, no te irás a morir sin haber pagado la hipoteca".

Nunca habrán estado tan bien cuidados los mayores. Quienes reciban más herencia protestarán y desearán un reparto más equitativo. Los niños nacían antes con un pan debajo del brazo. Hoy nacen con una hipoteca.