TPtermítanme que las líneas de hoy las dedique al periodo litúrgico cristiano que nos rodea. Comprendiendo que algunos de ustedes sean devotos, y otros no, intentaré ser condescendiente tanto con los unos como con los otros, intentando no herir sensibilidad alguna. Yo me confieso creyente, de educación y convicción, pero la mayoría de mis amigos no lo son. Entienden mi fe, al igual que entiendo la ausencia de la suya, nos respetamos, y queremos, sin más. Para ellos y para mí, la llegada de estos días encierra diferentes "rituales" o costumbres, y de eso tratará mi columna de hoy, Viernes Santo.

Durante la mayor parte de mi infancia pasé las vacaciones de Semana Santa en mi pueblo, Montijo, viviendo con admiración los pasos agarrada de la mano de mi abuela. Con cariño me explicaba cada uno, el porqué de los colores de los nazarenos, cuándo había de sonar una música u otra, la manera en la que el capataz debía guiar a los costaleros- y con cada palabra me hacía partícipe de su devoción.

Con los años, y cuando ella faltó, comencé a conocer la Semana Santa cacereña, descubriéndola majestuosa a la par que impresionante. De nada me extrañó que se declarase de Interés Turístico Internacional. Lo merecía. Cualquiera de las procesiones que componen el programa son dignas de ver. Ninguna deja indiferente: los Estudiantes, la del Cristo de la Victoria, la del Buen Fin, la de Las Batallas, la de El Cristo Negro- Impactan sus figuras talladas siglos ha; sobrecogen tanto el repicar de tambores y toque de trompetas, como el silencio sepulcral que acompaña a más de una; causan admiración sus costaleros, las mujeres de mantilla y los saeteros espontáneos al pasar; el olor a cera derretida con el arrastrar de cadenas, y las pisadas golpeando al unísono nuestras calles producen un sentimiento inigualable, para aquellos que lo vivimos con fe.

En estos días de vacaciones y de aroma a torrijas, muchos de ustedes aprovechan la festividad para reunirse con sus familiares, o --si la crisis se lo permite-- irse de viaje y alejarse de la aglomeración de gente que estas fechas conlleva. Los que se quedan, quizás noten que aparcar en algunas zonas puede convertirse en misión imposible, y si van a pie y se topan con algún paso, sufran la incomodidad de tener que esperar a que éste finalice para poder llegar a su destino. Las reuniones con amigos ocuparán sus horas libres y si, como este año, salen días lluviosos, resguardarse en casa será su opción, donde habrá de sortear los programas dedicados a la Semana Santa, y las películas de género religioso que repiten cada año las cadenas nacionales.

Si todo esto le incomoda, no desespere, sólo le quedan unos días para que finalice. Pero si, por el contrario son de los primeros que menté, disfruten --si el tiempo se lo permite-- estos pocos días que restan: La Semana Santa de Cáceres les fascinará.