TEts bien sabido que en esta época en que casi todos hacemos uso de las redes sociales, nuestros datos circulan de punta a punta del planeta a la velocidad del rayo. Un hecho que debería, como poco, preocuparnos. Hasta el menos pensado sabe por internet cuándo sale el vecino de casa, cuándo está en el Caribe o cuándo come croquetas en el loft de su suegra. Eso no es todo: además de conocer su ubicación en cada momento -como si tuviera un GPS alrededor del cuello- también sabe si se encuentra bien o mal, si ha discutido con la novia o si está muy preocupado porque le va a sacar una muela un dentista de dientes picados.

"¿Qué estás pensando?" Esta es la pregunta con la que una conocida red social nos da la bienvenida cada día. Y como un acto reflejo, respondemos, como si de un muro de lamentaciones se tratase, describiendo nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y explicando paso a paso nuestras labores del día. No critico este modo de actuar --¿qué usuario de tales redes no procede así a diario?--, simplemente intento hacer un llamamiento a la cordura: Deberíamos ser conscientes de que nuestras confidencias quedan desnudas frente a cualquiera que se cruce en su camino... y no, en este caso, no les voy a decir que "todo el mundo es bueno", porque, simple y llanamente no es así.

Empleamos la red como si fuera una psicóloga con quien desahogarse a cada momento, cambiando el diván de turno por el banco de un parque, la barra de un bar o una silla regulable situada frente a una pantalla de ordenador.

Hace años vengo comprobando que a raíz de esta práctica, existe una nueva generación, tan apegada a estas formas de comunicación, que es incapaz de mantener una conversación cara a cara, pudiendo en cambio "hablar" durante horas a través de chats. Y, a veces sentados en el mismo sillón, no sólo no se miran a los ojos, sino que con el teléfono en la mano, cambian el sonrojo que surge de forma natural en las mejillas, por iconos pixelados creados con signos de puntuación.

Nos deshumanizamos, señores, nos deshumanizamos al mismo ritmo que intentamos humanizar los aparatos que nos rodean para que se expresen por nosotros. Re-aprendamos a comunicarnos, por favor, y preguntemos de viva voz al vecino "¿qué estás pensando?", en lugar de esperar a verlo escrito en su perfil social.