En plena plaza Mayor, entre la farmacia de Castel y la cafetería-restaurante El Pato, había un bar llamado Iberia que pervive en la memoria de muchos cacereños. Su propietario durante muchos años fue Anacleto Blasco, más conocido como Necle el del Iberia. Este verano se ha jubilado y su biografía es un ejemplo de cómo las gentes humildes y trabajadoras de la ciudad feliz han sido capaces de salir adelante.

Su hijo Manolo nos relata los avatares de su vida. Siendo un niño, Anacleto empezó a trabajar como pastor de ovejas en su pueblo, Torrequemada. Pero aquello no daba para mucho y se fue a Madrid como peón de la construcción. Pasó después por Asturias y en cuanto ahorró dinero para el billete, se marchó a Alemania, donde estaban sus hermanos.

Levantarse a las cuatro

Allí se levantaba a las cuatro de la mañana y regresaba a casa a las siete de la tarde. Así durante 11 años. Trabajó en un matadero, en una fábrica de calentadores, en otra de enchufes y por último, fue mecánico de hacer taladros. Sin embargo, Necle no se olvidaba de su tierra y en cuanto tuvo ahorrado un dinerito, regresó a Cáceres y cogió en traspaso un bar de la plaza llamado Iberia.

En Torrequemada le decían que estaba loco, que había pagado una burrada por el bar, que con aquel dinero se podría haber comprado tres pisos en la Madrila Alta, que entonces estaba urbanizándose. Anacleto dudaba. Su sueño era tener un rebaño de ovejas, pero decidió arriesgar, se metió en lo del bar y le salió bien.

El Iberia había sido anteriormente de un señor llamado Jacinto al que apodaban El Cojo . El 5 de mayo de 1973 reinauguró el flamante local y enseguida llegó el éxito. En aquella época, la plaza Mayor era el centro de la ciudad feliz . Por allí estaban las calles de los vinos, las terrazas de verano, las zonas de ligoteo. Allí paraban los reclutas, las muchachas de la Universidad Laboral, los internos del San Antonio...

Y Necle venga a servir bocadillos de calamares, jamón y prueba. Además, con gran ojo comercial, invirtió en telecomunicaciones y colocó en lo alto del bar una de las primeras televisiones en color de la hostelería cacereña. Y claro, llegó el mundial de fútbol de 1974 y aquello fue un éxito inenarrable.

Aunque lo que más recuerdan los cuarentones-cincuentones de hoy es la sinfonola, que convirtió el Iberia en uno de los bares preferidos por la juventud de la ciudad feliz . Por un duro escuchabas dos canciones y había cola. También tenía mucho éxito la máquina de las bolas: un duro, dos partidas.

Con Necle siempre estaba su mujer, Felisa, que amén de atender a los dos hijos, Manolo y Belén, era la cocinera y preparaba unos callos y unos riñones al ajillo de chuparse los dedos. Su hijo Manolo, además de echar una mano en el bar, se colocó de aprendiz en la carnicería del supermercado Tambo y luego trabajó con Felipe Salgado en San Juan.

Entonces llegó el momento de dar otro giro vital. Necle estaba un poco cansado de ser esclavo del bar, así que en 1982 se lo dejó a su hija Belén, que lo mantendría hasta 1993, y en 1984 montó con su hijo una carnicería en la calle José Antonio (actualmente, Barrionuevo n 9). Y allí estuvieron durante 16 años, padre e hijo, mano a mano, despachando chuletas, filetes y pechugas a muchas de aquellas familias que se habían iniciado en el Iberia al son de las canciones de Jeanette o de Rocío Dúrcal.

En el año 2000, inauguraron una sucursal en Nuevo Cáceres, la carnicería de Manolo Blasco, y ahora, en el 2005, Necle se jubila, deja el negocio de Barrionuevo a su hijo y se dedicará a disfrutar de la vida. He aquí, pues, una biografía sencilla y ejemplar, la historia de un hombre tranquilo, de un cacereño cuya trayectoria limpia y sacrificada ilustra la pequeña historia del último cuarto de siglo en la ciudad feliz .