La falta de alimento va haciendo mella en los cuerpos de los bomberos cacereños. Se muestran animados, en algunos casos eufóricos, pero en sus rostros se reflejan ya claramente los signos de debilidad. Los profundos surcos bajo unos ojos de mirada lejana hacen a todos partícipes de que la cuarta jornada de huelga de hambre que con ellos compartió ayer este diario les empieza a pasar factura. Pese a ello todos aseguran estar dispuestos a seguir adelante. "Puede que físicamente vayamos decayendo día tras día, es inevitable, pero la moral la tenemos intacta, cada vez más fuerte, porque sabemos que nuestras reivindicaciones son justas y eso nos anima", asegura José María Lugarda.

Ya los días cansan. No se tiene conciencia del paso del tiempo y la inactividad se hace pesada. "Lo más duro es estar aquí encerrados, inactivos y pensando en la familia, que en casi todos los casos lo están pasando, seguro, peor que nosotros", señala José Manuel González, un bombero de 34 años que lleva 9 de servicio en el Sepei cacereño.

Las horas pasan lentamente. Tras superar la noche, para la mayoría de ellos de vigilia o sueños entrecortados por los sobresaltos y desvelos, llega un nuevo día de huelga en el que tan sólo algo será obligado, el reconocimiento de los médicos de empresa a primera hora de la mañana y el de los facultativos del SES a primera hora de la tarde. El resto del día cada uno lo ocupará a su manera, con paseos, juegos de carta o billar, la televisión o la lectura.

Los pasillos y dependencias del parque, por momentos ocupadas por un profundo silencio y al instante siguiente por acalorados debates sobre la situación que están viviendo, es un continuo deambular de bomberos siempre cargados con dos botellas, una de agua y otra de sales. Y a ratos, también, por sus familiares, medios de comunicación y políticos o personas anónimas que llegan mostrándoles su solidaridad.

"Las visitas hace que las horas pasen más deprisa y olvidemos, al menos en algunos momentos, el coraje que nos da esta situación, lo que estamos pasando simplemente por el empecinamiento de unos políticos que están actuando como niños y a los que sus padres, Ibarra, Zapatero o quien proceda, tendrían que dar unos azotes", opina Felipe Fernández, que se ofrece "no para darles clases de política, pero sí de humanidad, porque las necesitan".

Para todos lo peor de la situación es no ver a la familia, y la unidad y compañerismo que se está viviendo, una de las cosas que más ayuda a superarlo todo. "Nunca pensé que llegaríamos a esto, ni imaginaba que íbamos a estar tan unidos. Realmente el sentimiento de unidad y compañerismo está ayudando mucho en esta situación", reconoce Antonio Martín, un bombero de 34 años que no olvida reconocer el apoyo de las familias.