Compartí con Antonio Galindo la ilusión y el entusiasmo por escribir artículos de opinión en los periódicos, creyendo, no sin cierta ingenuidad, que con ellos ejercíamos un ineludible compromiso intelectual, el de promover debates y alimentar conciencias en una sociedad excesivamente acomodaticia como la extremeña.

Por diversas circunstancias, hace ya tiempo que, tanto uno como otro, habíamos ido abandonando esa actitud, hasta que hoy vuelvo yo a enfrentarme con la pantalla vacía del ordenador para decirles, con un caudal inmenso de tristeza comprimida, que Antonio Galindo ya no volverá a reclamar su atención, porque, en medio de un discreto pero elocuente silencio, se ha ido definitivamente, llevándose con él un trocito de Extremadura y de su Universidad. Las dos cosas que junto a su familia, sus amigos y la defensa razonada y apasionada de la enfermería, otorgaron sentido a su vida y dieron razón de su existencia.

Han sido muchos los compañeros de universidad --María José, Carlos, Mario, Maritina ..., sólo citaré a cuatro y así los demás no se sentirán excluidos-- que con él hemos compartido, además de no pocos debates e interminables reuniones, momentos inolvidables y entrañables. En todas esas situaciones, su personalidad se manifestaba siempre nítida y rotunda: impulsiva, entusiasta, apasionada y con una energía arrolladora. Era una persona reflexiva aunque dispuesta siempre para la acción, facultades que él supo hacer complementarias, que destilaban auténticas esencias universitarias, y que le proporcionaron una gran capacidad para acometer los retos que se impuso y a los que se entregó apasionadamente; sobre todo en los últimos años, cuando concluyó brillantemente su Doctorado en el Departamento de Historia, y desempeñó la dirección de la Escuela de Enfermería y Terapia Ocupacional de Cáceres.

Desde esa plataforma universitaria trabajó incesantemente por la materialización de uno de sus últimos empeños más queridos: la creación de un centro de día para los enfermos de alzheimer y personas dependientes, concebido como un centro asistencial, de formación y de investigación vinculado directamente al centro universitario. Si algún día ve la luz, y logran superarse inextricables escollos e increíbles burocracias, su nombre debería figurar en lugar destacado.

Por todo ello, y por sus envidiables cualidades personales que su círculo más cercano, y, por supuesto, Julia, Toño y Cristina tuvieron el privilegio de disfrutar, el vacío que deja Antonio resultará muy difícil de llenar. Confiemos en que el tiempo tiña de esperanza la melancolía, y sedimente el placer y la fortuna que supuso haberle conocido.