El éxito de los eventos en esta ciudad se mide por la cantidad de paninis que vende Rosendo. Y en este Womad está vendiendo muchísimos. El festival alcanzó el año pasado un récord con 150.000 asistentes. Anoche, Cáceres se desbordó... aún más. Habrá que esperar a los datos oficiales, pero nada cambiará la fiesta global que ayer, día grande, se vivió en la ciudad de las piedras. Y todo por causa de unos artistas que no tienen largas colas para firmar autógrafos junto al escenario, ni los fans corean histéricos sus nombres, ni siquiera hablan de sí mismos durante las ruedas de prensa, ni de sus CD o sus éxitos: hablan de las culturas que representan, de sus países, de sus tradiciones, de los problemas de sus compatriotas... Anoche, Cáceres vivió otra apoteosis para arropar a estos embajadores de los ritmos y las culturas.

Womad y Cáceres forman una pareja inseparable que traspasa las fronteras del mundo de la mano de la música. Anoche lo hicieron de nuevo alentados por un público multitudinario: muchos jóvenes, muchas familias, muchos niños, muchos perros, muchos policías controlando el acceso sin botellas de cristal ni latas cerradas... Antes de las siete, cuando unos terminaban los cafés y otros iniciaban las copas, subía al escenario de la plaza Mayor el grupo Libertango Extrem, un quinteto extremeño especializado nada menos que en la música de Astor Piazzolla, aquel genio que metió en la coctelera el tango arrabalero, la música clásica, el jazz y la improvisación e hizo algo único. «Él deseó que su música pudiera escucharse en un lejano 2020. Hoy le dedicamos este Womad», anunciaron.

Y tras ellos llegó la revolución con Supertennis y su torrente de influencias pop. Es uno de esos grupos que sentencian, sin que quepa recurso, que en Extremadura se hace muy buena música. A esas horas ya había que poner voluntad para avanzar unos metros en la plaza y el suelo estaba empapado de garrafas de mezclas y bolsas de hielo. Entonces se escuchó una de las voces más esperadas, la de Soleá Morente, hija de Enrique Morente y de la bailaora Aurora Carbonell, con su colección de pequeñas joyas a medio camino entre la elegancia del pop y la espontaneidad flamenca.

Con el ambiente ya en las nubes y la plaza de bote en bote, Siria hizo aún más grande el escenario Womad de la plaza Mayor. Allí estaba Omar Souleyman, un músico con más de dos décadas de trayectoria que impactó con su icónica estética, su fiesta sobre el escenario y su interpretación exclusiva de la música dabke, una fusión de sonoridades sirias, kurdas y turcas que Omar combinó con la música electrónica.

LOS REYES DE SENEGAL / Y a la una de la madrugada, para cerrar Womad con el mejor sabor de boca, la Orchesta Baobab, de origen senegalés, con medio siglo a sus espaldas como grupo multiétnico y multinacional, tenía previsto poner a bailar a toda la plaza Mayor con sus ritmos africanos. Son tan buenos que durante años se les ha considerado como la orquesta nacional de Senegal. Ellos mismo lo admitían horas antes en un encuentro con la prensa sobre el mismo escenario de la plaza.

Durante toda la jornada de ayer, los bares y las tiendas del centro situados en el camino del Womad no daban abasto. El súper de la calle San Pedro tenía cola para entrar desde media tarde. Al escenario de San Jorge había que ir bien provisto, porque era demasiado complicado coger sitio para perderlo por una cerveza o un cubalibre, «...ni siquiera por un buen Puerto de Indias con tónica», confesó Adrián, que ha venido desde Sevilla con toda su troupe para conocer el Womad del que tanto ha oído hablar.

DANZA Y PERCUSIÓN / Y es que en el escenario de San Jorge también se cocinó ayer música de excepcional calidad. Khaly Thioune, Malle Sarr, Ndiounga Niang y Bakary Bodian, es decir, los Hermanos Thioune, ofrecieron un taller de percusión africana y cuerda con pasos y acrobacias espectaculares. Horas antes charlaban en el escenario sobre la necesidad de que África tome sus propias riendas para mostrar al mundo su aluvión cultural. «Por eso hay que trabajar con todo el idealismo posible, estamos logrando pequeños milagros», confesaron.

Los Hermanos Thioune dejaron caliente el escenario para el grupo Sotomayor, llegados desde Méjico. Acompañaron la caída de la tarde con una música muy, muy sugerente y muy, muy envolvente, liderados por dos hermanos percusionistas, Raúl y Paulina, capaces de matizar sus influencias de música electrónica con el folk latinoamericano.

Tras ellos, ya de noche, actuó en San Jorge Canalón de Timbiqui, un tesoro musical del Pacífico colombiano que descubrió a Cáceres la riqueza de sus tradiciones afroamericanas y latinoamericanas, los ritmos de la marimba de chonta con el guasá y el bombo. «Queremos mostrar al mundo que existe esta región del Pacífico con su cultura propia», reivindicaron. Pero estas mujeres subieron algo más al escenario, subieron su valentía, porque la divulgación que hacen de las tradiciones no está siempre bien vista en su comunidad, y porque ellas se rebelan contra el estigma del rol de las mujeres en su territorio.

Al cierre de esta edición, a medianoche, tenía previsto subir al escenario de San Jorge el grupo Papaya, una de las sorpresas de los últimos años con una fulgurante carrera desde su publicación en 2015 de su primer álbum.

Tampoco paró la música en el escenario Ijex@womad de Santa María, que de nuevo ofreció la oportunidad de tocar en el Womad a cuatro bandas emergentes extremeñas: Lejin, Rain, RMD Beatmaker y Paraise Key. La actividad no se detuvo en otros espacios del festival, como los talleres de niños en el Museo Pedrilla, ciclo de cine con Mandela, una sesión de spoken word y una performance con la agrupación Gichi-Gichi Do, exposiciones, innumerables puestos de artesanía y las ‘comidas del mundo’.