TCtuarenta años hará el próximo 28 de junio que se celebraron los actos culturales en la ciudad charra para conmemorar el primer centenario del nacimiento del ilustre poeta (1870/1905). Entonces el móvil ni tan siquiera era cromosómico, mandaba el cartero, la radio te hacía soñar, el caminero cuneteaba, las almiares dominaban los prados y eran las despensas del ganado, el transporte era más lento y el tren, enormemente bello, se recreaba, férreo y altivo, al paso por los pueblos del Valle del Ambroz.

Aquel 26 de junio de 1970, contaba yo diez añitos y mi padre me llevaba con él a Salamanca. Salimos con la fresca, temprano y madrugando, de Segura de Toro en un Citroën de color azul, con aquella palanca de marchas, arriba y a la mano, la suspensión aniñada de un castillo hinchable de feria y la poética cojera, abastonada, de mi querido padre.

XEL MOTIVOx del viaje no era otro que asistir a los actos que se celebraron en Salamanca los días 26,27 y 28 de junio de aquel año con motivo del centenario del nacimiento de José María Gabriel y Galán. Recuerdo que aparcamos muy cerquita de la plaza Mayor, entonces los coches se contaban con los dedos de las manos, y nos dirigimos a un bar donde nos estaban esperando don Jesús Delgado Valhondo, José Gerardo Manrique de Lara y José Hierro; yo entonces no era consciente de la enorme valía intelectual y literaria de aquellos hombres que hablaban y hablaban con mi padre, mientras yo me distraía con un maravilloso corte de helado, de aquellos, leyendo al Capitán Trueno o eclipsándome con volar gallináceo de aquellas palomas tan urbanas, en aquella plaza que a mí me parecía tan enormemente cuadrada y que nada tenía que ver con la sierra y la garganta de mi pueblo, Segura de Toro, que está en la provincia de Cáceres, y es que, saliendo del Ambroz, la mayoría no lo sabe, piensan que si está por ahí arriba --pues no va y me dice un político, de los de aquí, que si está por León, así que, a estudiar--. Unos años más tarde, volvimos a dicha plaza Mayor, pero esta vez para ver una corrrida de toros que se celebró allí, una plaza dentro de otra plaza, las piedras cubiertas con albero, con motivo de un aniversario de la hispanidad, toreaba El Viti .

Después supe, gracias a las notas de mi padre, que en aquellos tres días que estuvimos en Salamanca, a los antes mencionados se les unieron escritores y poetas como Marcelino García Velasco, José Hilario Tundidor, Carmen Conde, Jacinto Herrera, Manuel Rios, José Ledesma y Jiménez Martos. Vaya trajín que nos traíamos desde la pensión a este o aquel acto, reuniones de acá para allá, aquellos hablares tan doctos y legos, y, al caer la tarde, la correspondiente tertulia. Indudablemente las cosas de la infancia, aquellas cosas de mi padre y de aquellas gentes, pesaron , y cómo pesaron, en mi madurez; gracias.

Gabriel y Galán fue un poeta que no dejaba indiferente a nadie; mientras que algunos historiadores le criticaban o le olvidaban, caso de Dámaso Alonso y Torrente Ballester, otros le ensalzaban hasta cotas inimaginables, como Gerando Diego, Federico de Onís y José María Cossio.

Han pasado muchos años y hoy sigo leyendo El Embargo , el poemas de los poemas, mi atalaya poética. Enterrado en la cercana localidad de Guijo de Granadilla, el gran poeta sigue mirando, agustito, a las fronteras del paraíso: los castaños de Segura de Toro.

Nuestro pasado nos lanza hacia el futuro y recuerdo aquellos días en que me llené de palabras, de piedras, paisajes, de lentas carreteras, cortes de helado, de palomas y de padre.

*Secretario de la Asociación Cultural

Amigos de la Estatua de Gabriel y Galán.