Vinieron de lejos y crearon riqueza en Cáceres. Corría el siglo XVIII y la ciudad apenas alcanzaba los 10.000 habitantes. Pero tenía mucho futuro. Por eso se establecieron en ella los cameranos, llamados así porque procedían de pueblos de la sierra riojana de Cameros. Manuel Muro de la Hornilla y Ramona Muro Samaniego fueron dos de sus representantes.

Hoy todavía el arquitecto y profesor Miguel Hurtado --descendiente de aquella familia porque su bisabuelo, Publio Hurtado, se casó con su hija, Sagrario Muro y Muro-- recuerda cómo los Muro abrieron los primeros bancos privados de la ciudad. El mismo conserva en casa un antiguo arcón de hierro con resortes secretos que puede dar fe de ello.

De los cameranos se hablará hasta mañana en un congreso que, organizado por el Consorcio Cáceres 2016, comenzó ayer en el Complejo San Francisco con la asistencia de profesores, historiadores y estudiosos. Las historias de estos trashumantes que pusieron a la capital en el mercado europeo de la lana e hicieron florecer el comercio aún siguen vivos en apellidos de toda la vida. "Eran gente activa que llegó con otra mentalidad y muy trabajadora en una época en la que la sociedad estaba muy parada", subrayaba ayer en un descanso Antonio Carrasco Giménez, un cacereño de 70 años que desciende de la familia De la Riva, originaria de Ortigosa de Cameros.

Tras estudiar su árbol genealógico y los libros de Publio Hurtado, descubrió cómo sus antespasados eligieron Cáceres en 1700 tras seguir la ruta de los trashumantes, llegando a administrar luego las rentas del Convento de Guadalupe. "Aquellos cacereños que vinieron de lejos no están suficientemente reconocidos. Ojalá este congreso sirva para recordarles", pedía ayer Antonio Carrasco.

El padre del funcionario Tito Matas fue almacenista. En 1930 cambió Cantagallo, localidad próxima a Béjar, por Cáceres donde vivía su hermano carnicero. "Gran parte de los emprendedores de aquel entonces venían de fuera, del sur de Salamanca", precisa Matas, que imagina la ciudad en los inicios del siglo XX "como un pueblo grande, con buena ubicación y ganas de tirar para adelante". De aquella época aún guarda las imágenes de las ferias de ganado en El Rodeo o de los festejos en el solar actual del instituto El Brocense.

De Este a Oeste

A José María Candela, trabajador prejubilado de una caja de ahorros, también se le ilumina la cara cuando habla de los Candela. No venían de Cameros sino de Crevillente, en Alicante, pero también apostaron por establecerse en la capital con un negocio de construcción. El primero fue José Candela Quesada en 1860. Luego llegarían otros nombres de aquella estirpe que dejaron su huella como José Candela Magro, que construyó el edificio en chaflán que aún se conserva frente a la iglesia de San Juan. "En Cáceres han crecido más de un centenar de descendientes", contaba ayer con orgullo.

Dice Miguel Hurtado que la gran virtud de los cameranos fue la de ir más allá de las relaciones comerciales, ya que hicieron de la ciudad su centro de vida y se casaron con cacereñas. "Completaron un camino fantástico", remarcaba el arquitecto. Otros han seguido sus pasos y hoy pueden contarlo a modo de tributo.