Diego Rincón, un colombiano de 23 años criado en Venezuela, sueña con ser dentro de unos años militar profesional en las Fuerzas Armadas. Marlen Rivero, con 27, nació en Bolivia y su próximo destino tras el Cimov número 1 de Cáceres será San Sebastián. Al argentino Daniel Correa, con su mujer e hijo en Málaga, le espera la Legión en Melilla. Paola Andrea Ortega, afincada en Santander hasta hace dos meses, cambió su uniforme de camarera por el caqui de soldado y ahora siente más cerca la bandera española que la de Colombia, donde siguen viviendo sus padres y una niña pequeña.

Todos forman parte de la tropa extranjera, integrada por cerca de 200 soldados de distintas nacionalidades, que realiza durante tres meses la fase de formación general y otra específica en Infantería Ligera en la base cacereña de Santa Ana, donde conviven a diario con otros 600 españoles. Son una pequeña parte del cupo máximo del 2% de extranjeros --más de 1.000 militares en toda España-- que el Gobierno reserva en las Fuerzas Armadas a hombres y mujeres nacidos en Argentina, Bolivia, Costa Rica, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guinea Ecuatorial, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Clases en dos meses

A Cáceres los primeros llegaron hace poco más de un año y medio. Desde entonces, más de 200 iberoamericanos han jurado bandera tras finalizar el período de instrucción, en el que se incluyen 24 horas de clase que completan sus conocimientos sobre España. El subteniente Rodríguez, licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Extremadura, ha dedicado, a sus 45 años, más de media vida al ejército. Es el responsable de la formación de los soldados a los que enseña el contenido de la Constitución, geografía e historia de España y la estructura del Estado. "Predominan los colombianos y ecuatorianos", dice.

En efecto. Un grupo de 25 soldados, entre los que no faltan mujeres, asiste a clase tras haber participado en unas maniobras. Es miércoles a mediodía y la mayoría tiene la cara pintada con los mismos colores del uniforme de camuflaje. "Con la integración de los hispanoamericanos ha habido un reencuentro. Tenemos una historia en común", afirma el mando sobre los lazos españoles con países del otro lado del Atlántico.

Diego Rincón tiene claro que su patria es ahora España. Besó la bandera hace unos días y no olvida la emoción que vivió. En un mes dejará el Cimov para incorporarse a una unidad de Infantería de Montaña en San Sebastián. "La base de la integración es el respeto y en Cáceres lo he encontrado", asegura. Tras tres años en Madrid, donde vive su familia, este venezolano dice que comparte su tiempo "con todos". De la ciudad se llevará "su entorno tranquilo y lo agradable que es la gente". De la experiencia en el acuartelamiento cacereño, más conocimientos históricos "de lo mucho" que une a América y a España.

La vida de Paola ha sido más difícil. Llegó sola a España hace seis años desde Colombia y, tras su paso por la hostelería, decidió apostar por ser soldado. "Buscaba un futuro mejor. Los clientes del bar donde trabajaba en Torrelavega me decían que estaba loca", recuerda. Para Paola ser mujer en el ejército no ha supuesto ningún obstáculo. Asegura con una simpatía contagiosa que se siente igual que un hombre, aunque su gesto cambia cuando habla de su país: "Mis padres están felices pero no se puede decir mucho en Colombia. Están secuestrando a las familias de los extranjeros que vivimos en España. Si se enteran de que estoy en el ejército español... Les he dicho que sean lo más discretos posible".

La razón es obvia: su sueldo en el ejército. "Dirán que gano mucho dinero", apunta, aunque no vaya a superar 350 euros mensuales en estos primeros meses. Cuando se marche a Bilbao, donde estará en una unidad de Infantería Ligera, podrá tener una nómina cercana a 800 euros. El sueño de Paola es instalarse en el País Vasco y traerse a su familia. Ninguno pudo verla besando la bandera española en la jura, aunque reconoce que les tuvo presente en el acto castrense.

Los contratos tras incorporarse a su destino en el ejército se firman por dos o tres años, según la unidad, y se renuevan después cada dos, explica el teniente coronel Fernández Rincón, que destaca la buena adaptación de los extranjeros a la dinámica militar en el Cimov. En cuanto a su perfil, precisa que la mayoría tiene algún familiar afincado en España y que suelen venirse con ellos.

No es el caso de la soldado boliviana Rivero, un apellido que aparece destacado en la solapa de su uniforme. Ha tenido que separarse de sus hermanos que viven en Valencia y Madrid y dentro de menos de un mes se irá en San Sebastián a un regimiento de Infantería Ligera. Juró bandera el 24 de febrero. Desde entonces su corazón es más español: "Ante los ojos de las Fuerzas Armas, España ya es mi patria, aunque también lo sentía antes porque ya llevo cinco años aquí".

Cáceres ha supuesto "un cambio rotundo" en su vida por la convivencia con soldados de otras naciones y provincias. "Tengo más relación con gente española", reconoce. Apenas se ha movido del campamento en estos dos meses. Ha aprovechado el tiempo libre para conocer mejor "lo mucho que hay que ver" en la ciudad "por ser patrimonio de la humanidad".

Marlen asegura que se ha sentido apoyada por los hombres de su ciclo y que ha aprendido sobre todo historia de España. Tiene claro que quiere seguir en la vida militar y está ilusionada en poder ascender en el escalafón militar.

Argentina, más cerca

El soldado argentino Daniel Correa ya ha conseguido adaptarse al Cimov aunque su familia esté a 500 kilómetros, en la Costa del Sol. En Málaga vive Diego Jesús, su hijo de tres años, y su mujer Laura, también argentina. Pronto podrá reunirse con ellos en Melilla, donde se convertirá en legionario. "El idioma ayuda mucho y la cultura argentina es muy parecida a España", subraya.

En su corta estancia en Cáceres ha aprendido "más geografía y un poco más de historia" para descubrir la unión de dos países que le han acogido. "No olvidaré nunca el Cimov. Mi familia vino a la jura, incluido mi padre", afirma.

La clase ha terminado. El subteniente Rodríguez despide a sus alumnos, soldados al servicio del ejército español, aunque puedan seguir conservando la nacionalidad extranjera. Ninguno está obligado a renunciar a ella ni a jurar la Constitución, aunque pueden optar al doble pasaporte como cualquier otro foráneo de a pie. "Siempre les inculco que el término extranjero se acaba cuando llegan aquí", concluye. Y es que el futuro de la armada extranjera del Cimov ahora se llama España.