TAt finales de mayo se inauguraba en el local cacereño Carpe Diem una exposición del pintor Hilario Bravo, titulada genéricamente Estampas y grabados. Compuesta por una docena de obras, la selección constituye un breve repaso retrospectivo a la evolución del artista extremeño en los últimos cinco años.

Es evidente que dar a conocer a estas alturas a Hilario Bravo, de larga y reconocida trayectoria, con una personalidad estética absolutamente genuina e inconfundible, y objeto de una dilatada bibliografía crítica, viene a ser poco menos que pretender inventar la rueda. Sin embargo, la muestra Estampas y grabados resulta importante por cuanto es posible apreciar en ella la paulatina depuración estilística que el autor aplica a su universo pictórico, un universo que ha sabido construir mediante la recreación de elementos arqueológicos y vinculados al arte rupestre, la imbricación de temas mitológicos, ese uso de grafías alfabéticas en el que se adivina su devoción por el genial Tàpies, la iconografía de la naturaleza, etcétera.

El tríptico Dríada, la ninfa sedienta (2007) actúa como una especie de puente entre la producción previa y la más reciente del pintor cacereño: así, la serie Jardín Méxica anticipa la fascinación por el paisaje que más tarde habría de aplicar a la geografía extremeña en Tajo, Monfragüe y Guadiana, y Jardín de las ninfas en particular viene a ser la antesala conceptual de la Ninfa sedienta e, incluso, de Cartas a una ninfa (2008). Por su parte, Paisaje atávico (ejecutada también en 2008) prolonga los parámetros definitorios de Dríada; de ahí que la diosa prerromana Ataecina -también conocida como Adaegina-, representada a partir de la pieza que se conserva en la Sección de Arqueología del Museo de Cáceres, reemplace a las deidades acuáticas, acompañada por grafías que parecen querer reproducir una inscripción epigráfica en un alegórico paisaje prelusitano.

La colección que en estos días se puede visitar en Cáceres se hace asimismo imprescindible por incluir títulos que ponen de manifiesto el diálogo interartístico que Hilario suele imprimir a su producción: sobresale en este sentido Contraluz (2007), cuyo título evoca per se la pintura barroca del también extremeño Zurbarán.