Dice una canción religiosa que "al atardecer de la vida me examinarán del amor" y es que el amor al prójimo no es un hobby, ni una materia optativa en el curso de la vida, sino troncal. Es decir, que si no la apruebas quedas descalificado en toda tu existencia. Además es troncal porque sin amor las otras virtudes morales carecen de fuerza y pierden su valor.

El amor es la reina de las virtudes teologales. La fe y la esperanza cristianas para ser auténticas necesitan del amor. Y al final, la fe y la esperanza cesarán porque veremos cara a cara al Señor y habremos alcanzado lo que esperábamos, pero el amor continuará y será la más genuina expresión de eso que llamamos "cielo". Quien ama está construyendo ya el cielo en la tierra y quien no ama contribuye a que en este mundo la vida sea infernal. Ahora, cuando hay tantos heridos al lado del camino, el calificativo que hoy más necesita la Iglesia es el de "samaritana", por aquello de la parábola del "buen samaritano". Ha de estar en el mundo con los ojos y el corazón bien abiertos para saber captar las múltiples necesidades del hombre de hoy y, en la medida de sus posibilidades, remediarlas.

Albert Camus en Los justos recoge una leyenda en la que su personaje Dimitri tenía una cita con Dios y, mientras caminaba a su encuentro, se tropezó con un campesino, cuyo carro se había hundido en el barro, y se detuvo para ayudarle. Cuando al fin llegó al lugar de la cita era ya tarde. Seguramente Dimitri se encontró con Dios, de otra manera, porque la auténtica cita con El estaba aquel día junto al hermano que le necesitaba. Cuando la Iglesia se comporta como "samaritana" es creíble, porque es en medio del mundo un buen reflejo del Dios-amor que nos reveló Jesucristo. Cuando no somos así es tenida como inútil.