TLta sociedad civil tiene escasa presencia en España, y en Cáceres menos aún. El asociacionismo no es frecuente entre nosotros y cuando surge dura muy poco. Por eso resulta sorprendente que las Asociaciones de Vecinos, surgidas hacia finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, aún permanezcan vivas.

En realidad, en nuestra ciudad proliferan en exceso pues se cuentan más de treinta. Parece que cada cuatro casas merece una asociación. Así resulta que muchas de ellas duermen un plácido sueño, otras vegetan y las hay que se conforman con gastar el dinero en una fiesta anual y unas migas llegadas las Navidades. También es cierto que otras muchas programan actividades durante todo el curso y rentabilizan los gastos que éstas convocatorias conllevan. Porque una asociación cuesta mucho dinero, pues han de pagarse gastos de mantenimiento, cursos y fiestas, amén del coste de la construcción del local o su rehabilitación.

Para colmo, algunas de las sedes no se abren casi nunca o son visitadas por escasas personas, pues no tienen actividad alguna que merezca la pena. Como es sabido ese dinero sale fundamentalmente de las subvenciones que concede el ayuntamiento, porque las cuotas que abonan los asociados no dan para mucho y el coste de los cursos que organizan no suele llegar ni para pagar a los monitores. De ahí que sea una exigencia de buen gobierno racionalizar estas asociaciones fusionándolas y discriminar las subvenciones en función de las actividades organizadas por cada una de ellas y la repercusión ciudadana que tengan realmente esas iniciativas. A los partidos políticos tan solo les han interesado estos colectivos como caladeros en los que obtener votos y del que entresacar concejales, de manera que han hecho la vista gorda pues no les era rentable electoralmente fiscalizar su discurrir ni controlar el gasto. Hora es ya de reducir su número e incitarlas a programar adecuadamente sus actividades, buscando la eficacia para la que se supone que han sido creadas.