Más de 15.800 ciudadanos de la capital cacereña superan ya los 65 años. Suponen un 16% de la población. De ellos, 6.000 tienen más de 80 años y hay incluso 36 centenarios censados. La alimentación y el bienestar han elevado la esperanza de vida hasta límites impensables hace algunas décadas, pero... ¿están preparadas las ciudades para ellos? No siempre. A la falta de ascensores en muchos pisos del centro y los barrios más tradicionales se unen situaciones que nunca fueron un problema... hasta que los vecinos de la zona envejecieron. Es el caso del número 2 de Doctor Fléming, un bloque de siete plantas con un considerable desnivel desde el portal hasta la calle, que impide que los inquilinos de más edad puedan salir con libertad. Algunos están literalmente atrapados en sus casas y relatan su experiencia.

«Sueño por las noches con una rampa en condiciones. A muchos de nosotros nos cambiaría la vida». Así lo explica Maribel Delgado, que cuida a su madre, Eufemia Solís, de 93 años. Viven en el cuarto piso de este bloque, donde Eufemia está obligada a caminar con un andador desde que se rompió el fémur y arrastra serios problemas de movilidad. Salir a la calle es una heroicidad. Deben subir el desnivel hasta Doctor Fléming, y aunque existe una rampa desde hace décadas, resulta excesivamente empinada, casi impracticable. Bajar a la plaza de Albatros tampoco supone una alternativa porque la escalera carece de un acceso practicable.

«Siento a mi madre en la silla de ruedas, empujo y paso un mal rato hasta que llegamos a Doctor Fleming. De hecho, sola no puedo, siempre me tiene que ayudar un vecino o alguien que pasa por aquí», explica Maribel, de 60 años, que ya arrastra evidentes problemas de espalda. Peor es bajarla: «me da mucho miedo que se me vaya la silla, por eso sola tampoco me atrevo, tengo que pedir ayuda otra vez», confiesa.

Andrés Sánchez, de 83 años, cuida de su esposa, Luisa Díaz, de 82 años. Tras una delicada operación sufrió la amputación de una de sus manos, y además padece serios problemas de artrosis en las piernas. «Malamente puede andar», reconoce Andrés, que tiene que subirla en silla de ruedas por la misma rampa si quiere que salga a la calle. «Ya no puedo, tengo las rodillas mal y he de pedir ayuda por todos lados. Solo, imposible. Por eso, si acaso, la saco una vez al mes», revela.

Este bloque del número 2 de Doctor Fléming supone solo un ejemplo de los problemas que sufren los mayores cuando la accesibilidad se complica. Y Cáceres no es precisamente una ciudad llana. En el centro vive numerosa población de avanzada edad. Por ejemplo, en La Madrila, tres de cada diez vecinos superan ya los 65 años. «Las familias llegamos aquí hace casi 50 años, muchos éramos niños, nuestros padres, si viven, están muy mayores y nosotros ya comenzamos a tener problemas», explica José Arcadio de la Fuente, presidente del bloque 2 y tesorero de la Asociación de Vecinos de La Madrila. Poco a poco los pisos han ido procurando un acceso fácil. Los bloques 2 y 8 de Doctor Fléming presentan los peores desniveles, pero el 8 lo solventó hace años con una rampa muy tendida. El 2, además de tener 27 viviendas con vecinos de edades avanzadas, también alberga en los bajos la Universidad Popular, que registra mucho público y actividad a diario. «A veces somos los vecinos los que ayudamos a estos usuarios si tienen problemas, y a veces los usuarios nos ayudan a nosotros», indica el presidente.

Visto lo visto, la comunidad se reunió el año pasado y pidió presupuesto para hacer la rampa por su cuenta. «Imposible. Cualquier obra que suponga más de 15.000 euros, y éste es el caso, resultaría muy onerosa porque en esta zona hay muchas viudas con la pensión mínima. Pensamos en poner una cuota para ir ahorrando pero tardaríamos años. Finalmente lo solicitamos a los Presupuestos Participativos del ayuntamiento, en los que todas las barriadas exponen su demandas, y el proyecto de la rampa ha sido aprobado», explica ilusionado el presidente del bloque. Ahora el deseo de todos los vecinos es que no se demore, que realmente se haga realidad. La obra contempla 30.000 euros de presupuesto.

«Hoy he subido y he bajado con mi madre una vez, gracias a que me ha ayudado la empleada que hace la limpieza del bloque. La verdad es que somos afortunadas porque mientras pueda la sacaré a diario, pero lo noto mucho, estoy cansada, tardo bastante en la rampa y no podemos continuar así mucho tiempo», declara Maribel Delgado, que sigue un tratamiento para su espalda y reconoce que le vienen maldiciones a la cabeza cuando empieza a subir. «Mi madre tiene que salir, no puede estar todo el día en casa, le doy un paseo por Cánovas pero fatal, de verdad».

Luisa Díaz ha tenido que recluirse prácticamente en casa hace cuatro años, pese a que Andrés la cuida con toda su buena voluntad. «Me gustaría salir más con ella, pero es muy complicado, no puedo, no tengo fuerzas suficientes. Cuando salimos los dos tengo que avisar a alguien que nos ayude. Yo mismo acuso bastante la rampa si traigo algo de peso», lamenta. Sus nietos viven fuera, pero se muestra agradecido por la ayuda que les prestan cuando vienen y por el apoyo de otros familiares. Un sobrino les echa una mano para que puedan desenvolverse. También tienen una empleada que les ayuda en casa «Así vamos apañándonos», comenta Andrés, que espera ver la obra comenzar frente a su casa. «Las ciudades deben preparase para la gente mayor, para las sillas de ruedas, es necesario», comenta.

Otra inquilina de más de 90 años del mismo bloque tampoco puede salir a la calle. Es viuda y le asiste a diario una empleada, pero no tiene familiares en la ciudad y resulta difícil que pueda superar la pendiente de la rampa en silla de ruedas.

Una mujer de más de 80 años, Antonia, también vive en el bloque. Tiene problemas de corazón y su hija la recoge a diario para llevársela a pasar la jornada a su casa. Ambas deben hacer varias paradas en la subida para poder llegar arriba, y así todos los días.

Otra inquilina pasó sus dos últimos años sin salir prácticamente de casa. La sacaban a tomar el aire junto al portal, sin posibilidad de subir a la calle. Además de todos estos ancianos, otros inquilinos del bloque sufren dificultades motoras o comienzan a tener problemas propios de la edad.

«Pensamos que todo está bien hasta que deja de estarlo, hasta que llegamos a ciertas edades», explica Miguel Salazar, presidente vecinal de La Madrila, que ha defendido la propuesta de la rampa en los Presupuestos Participativos junto con José Arcadio de la Fuente. «Las asociaciones de vecinos tenemos que empezar a reivindicar este tipo de soluciones, los mayores deben ser una prioridad», subraya.