Algunas personas tienen la vida cuesta arriba. Cada salida a la calle, cada visita al supermercado, cada cita con el médico o cada paseo, incluye treinta, cincuenta o sesenta escalones. «En mi caso, sesenta y cuatro», precisa Juan Palacios, que perdió una pierna en un accidente laboral y vive en un quinto piso. Estos ciudadanos carecen de ascensor en sus edificios, una situación que obliga a numerosos ancianos y personas impedidas a encerrarse en sus casas la mayor parte del tiempo, y a depender de terceros para cualquier necesidad, ya sea comprar leche o tirar la basura. El ayuntamiento cacereño acaba de anunciar una nueva ordenanza que pretende remediarlo en la medida de lo posible.

La Junta de Gobierno Local comunicó el 20 de septiembre que esta normativa permitirá ocupar una parte de la vía pública a los bloques que no tienen espacio interior para instalar un ascensor, a fin de que puedan ubicarlo en la fachada. «Se adopta en coordinación con la Oficina Técnica de Accesibilidad de Extremadura (Otaex), y como respuesta a la demanda de muchos ciudadanos «que viven circunstancias dramáticas», explicó el portavoz municipal, Andrés Licerán, refiriéndose a las «situaciones de absoluta injusticia que sufren numerosas personas, que no pueden entrar ni salir de sus casas».

CIEN MIL EUROS / La barriada de la Plaza de Toros, Llopis Ivorra, la franja entre Cánovas y Colón, los pabellones de Aldea Moret, otros barrios tradicionales... La carencia de ascensores afecta a amplias áreas de Cáceres, donde la falta de espacio ya no será un problema. Resuelto este escollo, habrá un segundo: los inquilinos se tendrán que poner de acuerdo para abonar los 100.000 € que suele costar la obra. No obstante, si lo pide un solo vecino con discapacidad o mayor de 60 años será obligatorio instalarlo, siempre que el importe no exceda de 12 mensualidades de las cuotas habituales de la comunidad, descontadas las ayudas. Si excede, y el afectado asume el resto, habrá que ponerlo, y también si sale aprobado por mayoría simple.

Se trata de un asunto crucial para un buen número de personas, como Juan Palacios Pulido (Cáceres, 1972). Vive en los edificios frente a la Plaza de Toros, en concreto en la calle Plasencia, en un quinto piso. Un mal día de mayo de 2016 sufrió un golpe en el almacén de distribución alimentaria donde trabajaba. La demora en el diagnóstico (la arteria ilíaca fue seccionada por un tendón), le hizo perder la pierna izquierda tras dos meses de ingreso hospitalario y seis operaciones.

Juan Palacios regresó en julio a su hogar con una pierna ortopédica... y cinco plantas sin ascensor. Una adaptación imposible. Un familiar le cedió su casa de campo, sin escaleras, para que se acostumbrara poco a poco a su nueva situación, «pero llegó septiembre y me obligué a hacerme fuerte, a regresar a mi piso, tenía que hacer mi vida normal con mi mujer y mi hijo, que bastante habíamos pasado ya», relata.

A sus 47 años, Juan, jubilado por su discapacidad, conserva una buena forma física que le permite bajar a la calle al menos una vez al día para tomar el aire. Si tiene un recado ineludible, también se obliga, porque caminar en llano no le supone problemas. «Bajar tampoco es muy complicado aunque la rodilla me presiona y me frena, pero a la hora de subir tengo que hacerlo escalón a escalón, o coger la muleta en la derecha, agarrar el pasamano con la izquierda y subir a pulso», detalla. Otro problema importante desde el principio fue la compra, «no podía ver a mi mujer cargando con todas las bolsas», pero a Juan se le ocurrió instalar una polea en la ventana y así lo viene solucionando. «Los primeros días me daba vergüenza, la verdad, pero ahora mucha gente del barrio ha hecho lo mismo», confiesa Raquel, su mujer.

Juan Palacios ha comenzado a «mover papeles» para instalar un ascensor en su bloque y próximamente tendrán una reunión vecinal. Ya ha pedido presupuesto a una conocida firma de ascensores para orientarse: en torno a 100.000 euros. «Confiamos en que existan ayudas y subvenciones, porque aquí las rentas dan para lo que dan», reflexiona.

Ramona Leal, familiar de Juan, vive en el mismo bloque, en un cuarto piso, y su situación es de mayor enclaustramiento. Tiene 80 años y se ha quedado sin visión. «Al ser ciega, no sale nada por temor a las escaleras», explica una de sus hijas, que se ocupan de proveerla en todo lo necesario, porque el marido de Ramona también está operado de prótesis de rodilla. La anciana solo baja cuando tiene cita médica, pero subir le cuesta un mundo: «se detiene en cada rellano, coge aire... El médico le dice que se está quedando sin musculatura por no andar. Si tuviéramos un ascensor, iríamos a dar paseos, pero ahora se niega, tiene miedo, es imposible», lamenta su hija.

ALTURAS IMPOSIBLES / Cerca, en un cuarto piso, vive Teresa Cambero, de 93 años, que tampoco puede salir de su domicilio. «Si baja, sube asfixiada, muy lenta, tiene que ir parando, sentándose, siempre acompañada. Tarda media hora en llegar a casa y además sufre una artrosis exagerada», detalla su hija Teresa Caballero. Con sus nueve décadas de vida tampoco quiere irse de su casa, donde se siente protegida. «Le hacemos la comida, la cena, la compra... Sale una vez a la semana porque nos empeñamos mi hermana y yo, y depende para todo de nosotras. Estos edificios son imposibles cuando la gente se hace mayor», relata Teresa Caballero.

«De hecho, muchos quintos pisos están vacíos por falta de ascensor, la gente se va, una lástima», sostiene Juan Palacios. Por esta razón, algunos vecinos han constituido una plataforma para poner a punto esta barriada de la Plaza de Toros, plataforma que ya ha dado sus frutos con el compromiso del ayuntamiento de crear una ordenanza que facilite los elevadores. Además, el consistorio ha ensanchado la primera de las aceras en más de dos metros para posibilitar la instalación futura de ascensores por las fachadas, y ha comenzado a repintar las marcas viales de las calles.

«Hay 15 comunidades, cada una de cinco alturas, construidas en 1959. Son 150 casas sin ascensor», detalla Jesús Cortés, uno de los fundadores de la plataforma y su portavoz, satisfecho con la futura ordenanza: «los vecinos pueden ganar calidad de vida y los pisos se revalorizarían», afirma.

Estos mismos bloques, de la misma época y con un diseño prácticamente similar, se ubican en la barriada de Llopis Ivorra. Los hay de cuatro alturas, sin ascensor, donde viven muchos mayores que han pasado en ellos toda su vida. Solo en las calles Ecuador y Cuba se alinean 40 portales que necesitarían ocupar la vía pública si deciden poner un elevador. «Aquí todos conocemos a personas de avanzada edad que viven prácticamente encarceladas en los pisos, no pueden subir ni bajar», lamenta el presidente vecinal, José Antonio Ayuso, que además recuerda que es un barrio con muchos pensionistas, «por lo que se necesitarán ayudas».

El mismo José Antonio Ayuso ha sufrido este problema. Vivía en una segunda planta del barrio del Espíritu Santo, sin ascensor, cuando un accidente laboral le causó varias fracturas en las piernas y le dejó totalmente impedido: de la cama a la silla de ruedas. Durante su tratamiento en Madrid tuvo que tramitar el cambio de casa a un bajo de la calle Ecuador, donde vive desde entonces. Lo agradece cada día, porque se tiene que ayudar con un bastón debido a las secuelas.

Mari Luz Olmeda, de 71 años, es otra vecina de Llopis, concretamente de la calle Cuba. Vive en la segunda planta de un piso que habita desde 1959, primero con sus padres, luego con su propia familia. Cada planta supone dos tramos largos de escaleras que Mari Luz supera ayudándose de una muleta para amortiguar los efectos de la artrosis. «De momento me apaño, pero necesito un ascensor, es evidente, aunque lo veo muy difícil», declara. Y ello porque en el caso de su bloque, con un diseño diferente a la mayoría del barrio, existe un escollo más: «no hay forma de instalarlo en la fachada sin tapar ventanas, o sin atravesar habitaciones para llegar al rellano. La parte trasera da a un patio ocupado por pequeñas parcelas vecinales», detalla.

«Creo que no es factible, no hay posibilidad de ascensor, no hay hueco», dice resignada. La experiencia de otros bloques determinará si efectivamente existe o no solución. Mientras, Mari Luz, ayudada por su familia en las tareas más pesadas, continúa con su vida activa haciendo de las escaleras su reto diario.

Teresa Cambero, 93 años, padece artrosis

«Mi madre baja muy pocas veces de su cuarto piso porque sube asfixiada, tarda media hora. Venimos a hacerle todo, ella no quiere ni pensar en mudarse»

Juan Palacios. Jubilado tras un accidente laboral y residente en la calle plasencia

«Meses después de perder la pierna me obligué a regresar a mi piso, en la quinta planta. A mi edad tengo fuerzas para subir a pulso, pero necesito un ascensor»

Mari Luz Olmeda, 71 años, padece artrosis

«Vivo en Llopis, en un segundo piso, desde 1959. De momento me apaño con la muleta. El problema es que aquí no hay espacio para un ascensor»

Ramona Leal, 80 años , invidente

«Mi madre no ve nada, vive en un cuarto piso y no quiere salir por temor a las escaleras. Solo baja cuando tiene médico y se está quedando sin musculatura»