En su salón no faltan las cortinas que ella misma ha elaborado, en su habitación las prendas de ganchillo que le ha hecho a sus nueve nietos y sobre la mesa de su ordenador Los hombres que no amaban a las mujeres , el último libro que está leyendo. Y por si fuera poco en una carpeta de la computadora guarda con cariño las primeras páginas de sus memorias. Siempre ha soñado con verlas publicadas en un libro de esos como los que ella suele leer. Juana Ojalvo es ciega pero su discapacidad más que cerrarle puertas, se las ha abierto, su vitalidad y sus ganas de vivir y aprender hacen que a sus 78 años tenga el mismo espíritu que a los 50.

"Solo he conocido a mis dos hijos mayores, Joaquín y Lucía, pero a los demás les conozco por sus andares y por su olor. Sabría decirte perfectamente cómo son", explica Juana. Ella perdió la visión por un accidente. Cuando tenía 12 años le golpearon el ojo derecho con una pelota de papel y cuerda. Estuvo varios años utilizando solo el ojo izquierdo con el que veía a medias. Después de varias operaciones, perdió por completo la visión. "No me siento triste por ello. Cuando dejé de ver ni siquiera tuve tiempo de pararme a pensarlo. Estaba embarazada y tenía que cuidar de mis otros dos hijos (ahora tiene cinco), que atender mi casa,... No me di casi ni cuenta. Estaba acostumbrada a ver mal", recuerda.

No era fácil atender a cinco pequeños en el palacio de la Generala, donde vivía, ya que ella y su marido se dedicaban a cuidar de EL PERIODICO EXTREMADURA cuando la redacción se encontraba allí. "Todos mis hijos han sido muy revoltosos y correteaban de un lado para otro pero como eran inquietos les oía y siempre sabía donde estaban. Todos menos María, la pequeña. Ella era muy callada y siempre la perdía, así que un día decidí ponerle en las muñecas unos cascabeles para escucharla por cada sitio que iba", explica con una sonrisa de oreja a oreja. Su cara risueña y sus ganas por contar todo lo que ha vivido dejan habida cuenta de lo feliz que ha sido siempre.

Aprendió Braille ella sola porque se cansó de apartar los libros después de perder la visión. Y ahora tiene a Jarbo, su perro guía, con el que va a todos lados. Pero nunca podrá sustituir a su brazo derecho, su marido, que siempre ha sido sus ojos. A él le conoció cuando aún veía. "Sigue siendo un moreno, alto, con bigote y muy guapo. Y yo cuando me miro al espejo sigo viéndome morena, con el pelo largo y mi coleta. No he cambiado, ¿verdad? Vivo de mis recuerdos. Así nos veo y así seguiremos siendo siempre", dice.

Su marido

Manolo, su marido, ha sido siempre un pilar fundamental en su vida. A pesar de ser los años 60 colaboraba en todo lo que podía. "Mientras yo duchaba a los niños él los iba vistiendo uno a uno. A veces se liaba pero lo llevaba muy bien", se ríe mientras recuerda la anécdota con el transistor: "cuando salíamos a la calle con los niños era muy difícil que pudiera seguirle el camino. Así que Manolo se compró un transistor y lo llevaba encendido todo el trayecto para que yo, mientras llevaba a los chicos, pudiera escucharle y seguirle. Ha sido muy bueno", indica. Y todo a pesar de que tuvieron que luchar contra viento y marea durante tres años para demostrar a sus familias que su amor era de verdad. Eran otros tiempos y los padres podían decidir sobre estos asuntos, pero ellos no se rindieron. "Un día él se plantó ante mi padre y le dijo yo seré el cirineo que le ayude. Y no se equivocaba. Ahí sigue", asegura mientras le mira cómplice y sonriente.