En octubre te venden una participación de loterías y piensas: "Anda que no falta tiempo". Poco después te anuncian: "Este año viene mi familia a cenar", como si tú necesitaras cenar con extraños para hacer bien la digestión. A la semana siguiente te encargan de buscar restaurante para la comida de los compañeros de trabajo, la de los colegas del taller de danzas exóticas y la de los Amigos de los Ratones Colorados. A tu esposa le gustaría un brillante. A tus hijos un MP4. Te hacen la lista. Los langostinos son más baratos en un almacén de congelados. Los turrones se acaban pronto. La flor de Pascua. Nada de calendario de Interviú, el de la parroquia.

Faltaba tanto tiempo que la misma noche corres de la joyería a Juanvic, del MP4 a los mazapanes y a Pirámide, por lo del ´gilipoyas invisible´. Y cabreado, porque has recibido sesenta correos electrónicos en los que te desean paz, amor y felicidad, cuando lo que tú necesitas es una quiniela millonaria y una rubia. En venganza envías sesenta y un correos igual de sensibleros. Llegas a casa y tu cuñado te ha quitado tu sillón, te cuenta el mismo chiste de todos los años, se bebe tu Ribera del Duero y te recuerda que su hijo es mucho más listo que el tuyo. Y encima no te tocó la lotería.