Aunque no lo parezca acabaos de celebrar el carnaval. En otro momento estaríamos resacosos de fiesta y jolgorio, pero en este tiempo delicado y peligroso el calendario festivo ha quedado huérfano de la fiesta carnavalera que, en esta edición, ha cambiado la habitual máscara por la obligatoria mascarilla. Celebraciones que en otros momentos se realizaban en torno a los diferentes salones de baile que existieron en la ciudad. Salones donde el baile y el galanteo eran la principal forma de comunicación entre los jóvenes. Aunque no todos los bailes eran iguales, hubo bailes para pudientes y bailes para menesterosos, no era lo mismo ser asiduo al baile del Círculo de Artesanos que al de la Churreta.

Era pura cuestión de clase. En 1840, con motivo del deterioro de los empedrados de las principales calles y plazuelas de Cáceres, la Junta de Beneficencia programa ocho días de baile de máscaras, en el teatro Principal, para conseguir los recursos necesarios para realizar las obras y también para el mantenimiento de la ‘Casa-Cuna’. Cuatro días de rigodones, valses y mazurcas, donde la burguesía local exhibía vestuario y fomentaba sus propias relaciones sociales. Al igual que ocurría en los bailes de carácter oficial, con motivo de la celebración de bodas reales, proclamaciones o conmemoraciones, a los que sólo asistían los más ilustres de la localidad. También estaban los bailes que regularmente se realizaban en los palacios particulares de La Isla, Golfines o Mayoralgo o los más sonados que se ofrecían para los socios del Círculo de Artesanos o del Círculo la Concordia. Bailes, que eran un distintivo social para las familias de postín. Frente a estos bailes de salón se desarrollaron otros de carácter popular, donde el pueblo llano daba rienda suelta a la fiesta desde locales de todo pelaje, principalmente salones de posadas o garitos de taberna, donde sonaba la copla y se desconocía que eran los valses y los rigodones, bailes de hortelanos y lavanderas, de albañiles y sirvientas, donde olía a pistola de vino y zarzaparrilla, bailes donde no era necesaria orquesta ni etiqueta, ni falta que hacía. Únicamente una guitarra, una bandurria o un acordeón, palmas y cante, eran necesarios para el baile y la fiesta. Maneras diferentes de vivir y de divertirse. Durante el siglo XX, tenemos constancia de la existencia de diferentes lugares donde el baile era el principal reclamo. En 1932 se solicita permiso de apertura para abrir el denominado Salón Rosales, ubicado en la calle Antonio Hurtado y gestionado por el empresario José Frades.

Ese mismo año también solicita permiso de apertura de un baile junto a la Plaza de Marrón, conocido durante décadas por el nombre de La Churreta, por estar cerca de un pequeño arroyo que tenía ese nombre. El baile de La Churreta gozó de popularidad y fama como prueba la letrilla que se cantaba al respecto « si vas al baile de la Churreta, alza la pata que te la meta ». Otros bailes populares serían El Asandi en la calle Hornos, rebautizado en 1948 como La Conga por el conocido músico local Esteban Berzosa. También hubo salón de baile en La Gallega, situado en la cuesta de la tía Aquilina, hoy Santa Gertrudis. Bailes como El Avenida , La Rosa o El Patio, también contribuyeron a democratizar la diversión local. Hasta tiempos no tan lejanos, la diferencia social ha seguido presente en las celebraciones festivas, principalmente en los bailes, incluso en la época de las discotecas no era igual ser asiduo de la ‘2003’ que de ‘Plató’, o ser parroquiano de ‘Faunos’ que de ‘Acuario’.