Quienes apostaron por hacer de las procesiones de Semana Santa un espectáculo de los más atractivos del mundo tienen razones suficientes para sentirse orgullosos porque, a mi juicio, lo han conseguido. Basta retrotraerse una decena de años para comprobar los impresionantes avances logrados. Utilizando un lenguaje empresarial puede decirse que se ha profesionalizado.

Hemos pasado de unas procesiones fiadas a la buena voluntad de los cofrades que intentaban tan solo suscitar la piedad y dar testimonio de una fe a un espectáculo que, sin olvidar la piedad que estará presente en los cofrades y una buena parte de los que las presencian, busca una expresión estética en la que todo está organizado, medido y controlado. De la improvisación al método. Puede decirse que los títulos nacionales e internacionales que se les ha concedido están muy justificados. Las prolijas descripciones que han llevado a cabo las cofradías han conseguido que muchas personas hayan tenido por primera vez noticias de la valía de algunas imágenes, de su autoría y antigüedad y del significado de algunos signos y símbolos.

La afluencia de visitantes no deja de aumentar, lo que habla de la publicidad del boca a boca y de la que se hace oficialmente, y eso es una muy buena noticia para la economía de la ciudad en lo que la restauración y la hospedería se llevan la mejor parte.

Pero la Semana Santa es algo más que una tradición o un espectáculo atrayente para los turistas y por eso es de suponer que los responsables de la iglesia Católica en la ciudad harán también balance y sería interesante saber si la celebración religiosa ha corrido la misma suerte que la otra. Así, por ejemplo, si la asistencia a las celebraciones litúrgicas aumenta o disminuye y si, tras tanto espectáculo, los cacereños somos más solidarios, más dialogantes, más justos, más... A ver si al final va a resultar que no hay más que folklore.