Llega la Navidad y lo idílico de estas fechas se transforma en pestilente. Los ciudadanos pasean, hacen visitas, van de compras, en suma, frecuentan más las calles, pero horror, la imagen de la urbe se degrada por momentos. El consumo se dispara, la basura se acumula en los hogares y los listos, ¿cómo no?, endosan la porquería a los demás bajando su aportación residual a la calle cuando les place, a plena luz del día. Los contenedores están a rebosar antes de que anochezca y a su alrededor existe un creciente cerco de plásticos negros, cajas y botellas, de aquéllos que ni siquiera se molestan en levantar las tapas... ¿Para qué?

Lo peor, Nochebuena. Las cocinas funcionan desde por la mañana y la basura, que huele a pescado y marisco, molesta en casa (no sea que vengan las visitas y detecten el tufillo). Allá bajan muchos ciudadanos, bolsa en mano, a llenar el contenedor de peladuras de gambas, cajas de polvorones, despojos y vísceras antes de mediodía. La casa, limpia; la calle, una pena.

A veces intento poner mi grano de arena mirando con cara de pocos amigos a los que pillo in fraganti , pero ni siquiera les importa. Total, no son los únicos. A ver si Melchor y los suyos traen algunas sanciones ejemplarizantes.