En 1996, en la ciudad keniata de Garissa se iniciaba un proyecto ejemplar: bibliotecas itinerantes guiadas por camellos que pretendían acercar el libro a todo el país. En Extremadura, se empezaba a gestar la Ley de Bibliotecas, aprobada en 1997, el modelo de desarrollo rural imponía la estabilización de espacios y los bibliobuses de las diputaciones se cambiaron por la campaña Ni un pueblo sin biblioteca , que años después marca unos incontestables resultados y sitúa a Extremadura a la cabeza con más de 430 bibliotecas y agencias de lectura.

En Cáceres, algunos escritores de prestigio donaban de su biblioteca particular volúmenes para llevar a la práctica la moción aprobada por unanimidad en el pleno municipal que mandataba, que no maniataba, al equipo de gobierno a crear una red de bibliotecas de barrio. Eran finales del siglo XX y parecía verse la luz al final de un túnel, pero la calle sigue sin tener salida y a la cultura en Cáceres se la sigue esperando llegar desde la ronda de San Francisco y desde la N-630 vía Mérida o desde el campus.

La Ley regional de bibliotecas de 1997, y la UNESCO en 1994, advierten de que municipios de más de 20.000 habitantes deben contar con redes de bibliotecas municipales. El incumplimiento en Cáceres es manifiesto y único en la región, y contraviene acuerdos plenarios, leyes regionales y directivas europeas, aunque parece que últimamente en esto andamos sobrados.

Nuestra querida ciudad carece de bibliotecas, por mucho que se empeñe el PP en denominar así a la colección de libros que alberga el palacio de la Isla. ¿Qué sentido tiene una biblioteca que no tiene servicio de préstamo? La Comisión de Cultura municipal acordó meses ha regular muchas de las deficiencias, como la inclusión de la biblioteca en el sistema bibliotecario extremeño o, incluso, la adhesión del municipio al Plan de Fomento de la Lectura, algo que más de tres años después de su creación todavía no se ha producido.

Por tanto, no podemos menos que sonrojarnos cuando asistimos a curiosas iniciativas en el mundo del libro municipal: el deterioro de la biblioteca del Instituto Municipal de Juventud o la cesión de lotes de 50 libros a cada asociación de vecinos y crear así bibliotecas de barrio (concejala de Cultura dixit ).

La última ocurrencia, seguro que hecha desde la buena voluntad es la de anunciar una biblioteca de barrio en la Casa de Cultura Rodríguez Moñino, sin comunicar al respetable si se realizará también una remodelación de un enclave cultural echado a perder y con un deterioro manifiesto palpable.

Por tanto, en una ciudad que aspira a ser ciudad europea de la cultura se crean esperanzas de barro, que se modelan y se rompen al antojo de los gobernantes municipales y en detrimento de los cacereños. Hay falta de propuestas claras y sencillas, de las que aquí se lanzan algunas con el ánimo que puedan ser utilizadas: valoración de si la Isla es un lugar adecuado; regulación del servicio de préstamo, hoy inexistente; creación de plazas de bibliotecario municipal a medida que se creen bibliotecas; crear una biblioteca de barrio por distrito aprovechando infraestructuras municipales y delimitar el espacio de biblioteca y complementarlo con el de estudio; adherirse al Plan de Fomento de la Lectura y crear clubes de lectura; creación de una red de bibliopiscinas en verano; visitas guiadas de escolares a los libros antiguos de Cáceres...

Todo ello, seguramente, caiga en el olvido y ni siquiera sea tomado en consideración. Mientras tanto, seguiremos a remolque de otras instituciones y deseando que las lecciones de Garissa y cualquier pequeño municipio extremeño se acorten, en beneficio de todos y que dejemos de ser, en las bibliotecas, la irreductible aldea gala de Gosciny y Uderzo.